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Mi ego, tu ego, su ego… ¿Cabemos todos?
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Mi ego, tu ego, su ego… ¿Cabemos todos?

Alguien me preguntó el otro día qué es lo que más valoro en un jefe. No me lo pensé demasiado: –La confianza. Que

Alguien me preguntó el otro día qué es lo que más valoro en un jefe. No me lo pensé demasiado:

–La confianza. Que confíe en mí y me permita expresar mis ideas, ponerlas en práctica, arriesgarme y equivocarme. Y feedback, mucho feedback, para saber siempre dónde me ando.

¿Estáis de acuerdo? Ahora bien, esto no siempre es fácil, aunque a primera vista lo parezca. Porque para confiar en los demás hay que tener primero una elevada confianza en uno mismo y no tener miedo a que las ideas de otros destaquen. Una autoconfianza como la que hace unos días demostró Barack Obama al compartir focos con Hillary Clinton en una entrevista de televisión.

Muchos se escandalizaron. ¿Qué es eso de que un presidente de Estados Unidos comparta el protagonismo con alguien que no sea otro mandatario extranjero? ¿Habrase visto? No, no se había visto nunca. Y fueron muchos los que se quedaron con la boca abierta cuando escucharon a Obama darle las gracias a Hillary –siento que suene machista el uso del nombre propio, pero no me sale llamarla Clinton- “por el papel extraordinario que ha tenido en mi Administración”, según recogió Antonio Caño en El País.

Ha sido precisamente gracias a la confianza que Obama depositó en ella como principal representante del Gobierno de Estados Unidos ante el resto del mundo por lo que Hillary ha conseguido demostrar de una vez por todas su valía como estadista. De modo que la persona que le arrebató la posibilidad de presentarse a la presidencia de Estados Unidos hace cuatro años es la que le ha proporcionado las armas para volver a presentarse con muchas más posibilidades de ganar. Y eso ha sido posible por la extraordinaria confianza en sí mismo de Barack Obama.

Pero no hay que irse tan lejos en busca de ejemplos. El pasado lunes, Expansión publicaba un ranking en el que mostraba que Pablo Isla y Alfredo Sáenz son los primeros ejecutivos españoles que más han visto revalorizarse sus compañías –Inditex y Banco Santander, respectivamente- en bolsa durante su gestión. Sin duda, en esto ha tenido que ver que sus respectivos jefes, el ya jubilado Amancio Ortega y Emilio Botín, les ficharon por su probada valía, les dejaron actuar y no han tenido reparos en que brillen por su cuenta. Y el resultado salta a la vista: un espectacular crecimiento de su valor en bolsa, de más de 26.000 millones de euros, desde que ocuparon sus puestos.

¿Será que su ego no le permite ver que posiblemente hay otros que podrían hacerlo mejor que él?Desgraciadamente, esto no es lo normal. Lo normal es el caso de Rubalcaba, que a pesar de haber tenido un papel protagonista en la peli que ha llevado a España y al PSOE al triste lugar en el que están no deja paso a otros porque… ¿alguien sabe por qué? ¿Busca una oportunidad para mejorar el trato que le darán los libros de historia? ¿Tiene miedo de lo que se pueda descubrir si se marcha? ¿O simplemente su ego no le permite ver que posiblemente hay otros que podrían hacerlo mejor que él?

¡Ay, el ego! Pero volvamos al mundo corporativo, con una situación que se repite a menudo. El jefe de la empresa Abecede está encantado con su nuevo fichaje, al que ha traído para salvar una compañía que hace aguas por todos sitios:

–Éste tío es la monda –va diciendo por ahí a todo el que quiere oírle.

Los demás miembros del comité de dirección sonríen, pero les llevan los demonios. A los dos meses, Estetioeslamonda expone los planes para su división, que no sólo suponen una ruptura completa con el statu quo de las empresas del sector, sino que contradicen directamente alguno de los mantras que el jefe ha impuesto en la compañía. Éste no sabe cómo reaccionar, ya que está acostumbrado a que todos le sigan la corriente sin contradecirle jamás. Y le deja hacer.

Resulta que el plan sólo sale bien a medias. Los miembros del comité de dirección respiran aliviados y cuchichean por los pasillos.

–Jefe, al final tú tenías razón. Es mucho mejor hacer las cosas como se han hecho siempre y punto. Ese tío es un bluff.

Y así es como Estetioeslamonda cae en desgracia y pasa a ser Esetioesunbluff. El jefe ya ni le escucha en los comités de dirección y sus compañeros le rehuyen. Sus ideas, las únicas novedosas que se plantean para sacar a la empresa adelante, son ignoradas. Hasta que se aburre y se marcha. Porque, efectivamente, es la monda.

¡Ay, el ego! Si el del jefe de Abecede se lo hubiese permitido, posiblemente se hubiese quedado con la parte que fue un éxito del plan de Estetioeslamonda en vez de concentrarse en aquello que no fue tan bien. Pero claro, la idea no había sido suya y eso saltaba a la vista. Como se diría en los ochenta, demasié pa su body.

Un gran jefe demuestra grandeza. Y un gran ego impide ser un gran jefe. Porque el miedo a que alguien destaque más que uno es probablemente el mayor freno al talento, y las organizaciones necesitan la suma del talento de muchos para tener éxito. Las personas que nunca se alegran de los éxitos ajenos ni saben compartir los propios, los que siempre han de estar en el centro de la pista de baile, los que analizan las situaciones desde un ego tan inflado que emborrona la realidad... es imposible que sean buenos jefes.

El gesto de Obama con Clinton denota grandeza y una enorme generosidad. Estoy segura de que Obama tiene un gran ego, sí, pero muy bien resuelto. Lo mismo que Hillary, que supo enterrar el hacha de guerra y ser un miembro más del equipo del hombre que la venció. Ambos supieron gestionar con éxito el ego del otro. Igual que Ortega e Isla. Igual que Botín y Sáenz. Y les va bien.

Alguien me preguntó el otro día qué es lo que más valoro en un jefe. No me lo pensé demasiado: