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Diez regalos que no deberíamos dar (pero seguimos dando)
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CONSEJOS DE LA PSICOLOGÍA DEL CONSUMO

Diez regalos que no deberíamos dar (pero seguimos dando)

Llega la Navidad y los regalos que damos y recibimos se multiplican de manera exponencial. En ocasiones, elegir el presente idóneo es complicado porque, como en

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Diez regalos que no deberíamos dar (pero seguimos dando)

Llega la Navidad y los regalos que damos y recibimos se multiplican de manera exponencial. En ocasiones, elegir el presente idóneo es complicado porque, como en el caso del cada vez más habitual amigo invisible, no conocemos al regalado lo suficiente como para acertar con total seguridad. Otras veces, ocurre todo lo contrario, y llevamos tanto tiempo otorgando regalos a dicha persona que resulta complicado acertar con algo sorprendente, totalmente nuevo o inesperado. Muchas veces, caemos en los mismos errores una y otra vez sin que nadie nos alerte acerca de lo que estamos haciendo mal, ya que, ¿qué clase de persona es capaz de expresar en voz alta su decepción por un regalo recibido? Muchas veces, tan sólo podemos conocer nuestra equivocación gracias al gesto de decepción que atisbamos en el rostro de la otra persona.

La psicología del consumo ha intentado ofrecer algunas guías para descubrir cuáles son los regalos que deberíamos evitar hacer y cuáles triunfan más entre nuestros allegados. Diversas investigaciones se han preguntado por lo que más nos gusta de un regalo, como ocurre con las expertas en psicología del consumo Kity Arrow, Ellen J. Langer de Harvard o Margaret Ruker de la Universidad de California. Como no podría ser de otra forma, el archiconocido autor y ensayista Dan Ariely también aportó su granito de arena en las páginas del Wall Street Journal, preguntándose qué nos lleva a comprar un producto para otra persona.

Un regalo nunca debe llevar implícito un comentario crítico hacia la persona a la que regalamos

En dicho artículo, el autor de Por qué mentimos… en especial a nosotros (Ariel), señalaba que los regalos son, básicamente, intercambios económicos que, al mismo tiempo, permiten estrechar lazos sociales. Por eso mismo predominan los regalos que sabemos que la otra persona está esperando (previsibles y aburridos) o los que pensamos que como nos gustan a nosotros, deberían gustarle a la otra persona (y seguramente no lo hagan). Pero no se trata de las únicas categorías que debemos someter a crítica si queremos marcar la diferencia, o evitar poner en un aprieto al regalado tras haberle entregado un presente con toda la buena fe del mundo, obligándolo a acudir a su tienda de segunda mano más cercana al día siguiente.

El regalo egoísta. Regalar a la pareja, o a los hijos, algo que todos puedan disfrutar, es buena idea, en cuanto que permite estrechar las relaciones. Pero no conviene llevar esta idea al extremo y regalar exactamente aquello que nosotros querríamos que nos regalasen y que, finalmente, vamos a disfrutar nosotros. Recordemos aquella escena de Alta fidelidad de Nick Hornby en la que la protagonista reconocía que por primera vez se sentía amada después de que su pareja, Rob, le regalase un disco que a él no le gustaba, la muestra de que por primera vez pensaba en ella y no en él mismo.

El regalo-crítica. Un clásico, especialmente entre parejas no muy bien avenidas que aprovechan el momento de los regalos para lanzarse dardos envenenados. Cuando alguien recibe un regalo, generalmente espera algo que encaje con sus mayores pasiones y aficiones, no un mensaje entre líneas que señale alguna de nuestras carencias o, directamente, nos anime a hacer algo que no nos gusta pero que deberíamos estar haciendo. Así pues, quizá no sea lo mejor regalarle un libro de cocina a alguien que no le gusta cocinar pero se ve obligado a ello o un ensayo sobre los secretos del adelgazamiento a una persona con sobrepeso.

El regalo manifiestamente barato. Economizar en nuestro presente no es mala idea en tiempos de apuros económicos, por lo que localizar los chollos a tiempo puede ser una buena forma de pagar menos por más. Asunto diferente es dirigirnos a la gran superficie, bazar oriental o tienda de segunda mano que nos pilla más cerca y arrasar con todo lo que encontremos. Aunque a veces simplemente sirva para completar un regalo de mayor enjundia, cuidado, porque ciertas marcas (o productos desprecintados) nos pueden delatar fácilmente y arruinar todo nuestro esfuerzo.

Los peores regalos son aquellos que se realizan en función a lo que nos han regalado a nosotros

El regalo fastuosamente caro. En toda relación regalo-regalado-regalador existe un conjunto de reglas no escritas que, a veces, se llegan a poner de manifiesto, como es el caso de esos amigos invisibles en los que se fija un precio mínimo y máximo para el dinero que se debe gastar en el regalo. Ello se produce porque, como señalaba el antropólogo Marcel Mauss en Ensayo sobre el don. Forma y razón del intercambio en las sociedades arcaicas, el regalo implica en cierta forma una deuda aplazada. Por lo tanto, no queremos recibir un regalo al que jamás podremos corresponder, especialmente si nos encontramos en una relación de iguales. No ocurre, por lo tanto, lo mismo en una relación padre e hijo donde se espera que el don tenga otras implicaciones, como en la Primera Comunión.

El regalo que sólo sirve para saldar deudas. Tampoco conviene tomar al pie de la letra la teoría de Marcel Mauss. Los peores regaladores del mundo son aquellos que consideran como criterio principal a la hora de elegir el presente otorgado aquello que le regaló la otra persona en la otra ocasión. A veces puede ser útil para compartir afinidades, como corresponder un libro interesante con otra obra que podemos considerar guste a la otra persona, pero en otras ocasiones, parece que simplemente estamos regalando por compromiso. Es lo que ocurre cuando regalamos exactamente lo mismo que nos han dado o algo muy semejante, perdiendo todo posible efecto sorpresa.

El regalo que exige una gran responsabilidad. A todo el mundo le gustan los animales. Lo que quizá no guste a todo el mundo es tener que alimentarlos, limpiarlos, mantenerlos, llevarlos al veterinario, sacarlos a pasear y aguantarlos durante años. Así que aunque parezca muy bonito, nunca debemos regalar un animal si no sabemos a ciencia cierta que es completamente deseado, y aun así deberíamos recapacitar antes de provocar que otro animal que no tiene la culpa de nada engrose las listas de abandonos en una perrera. Una derivada de este tipo de presentes es el “regalo-carga”, es decir, aquel que exige la reserva de una fecha determinada, como una cena en un restaurante (“vaya, el mismo día que teníamos la boda de mi prima”) o los que exigen una disponibilidad demasiado exigente (“pedid una semana de vacaciones, que tenemos algo preparado”).

El re-regalo de todos los años. Hasta los amantes de las carteras de piel tienen un límite, aunque no lo parezca. Es una forma totalmente equivocada de apostar sobre seguro un año tras otro, muchas veces con regalos que en términos prácticos nunca van a ser utilizados y que lo único que consiguen es terminar ocupando un espacio valioso en el armario (o el trastero) del regalado. Alerta: ten cuidado antes de reconocer lo mucho que te gustan las corbatas en la cena de Navidad si no quieres recibir una avalancha de ellas en los próximos años.

Regalar una aspiradora justo una semana después de que la anterior dejase de funcionar quizá no sea adecuado

El regalo útil (pero desilusionante). Una de las constantes en el consumo responsable es reconocer que se debe comprar tan sólo aquello que realmente necesitamos, algo que igualmente puede trasladarse a los regalos. Sin embargo, tampoco debemos perder de vista que para que estos últimos tengan éxito, deben mantener cierta sorpresa y capacidad de ilusionar. Como consecuencia, regalar una aspiradora justo una semana después de que la que utilizábamos dejase de funcionar, o encargar una lavadora como el gran regalo de cumpleaños, quizá no sea muy adecuado. Otra cosa es que, por ejemplo, descubramos un artilugio que la otra persona desconoce y le puede ser de utilidad.

El regalo que nos delata (inconscientemente). Imagínate que te regalan una camiseta de una talla mucho más grande de la que usas normalmente. ¿Es ese un mensaje que indica que estás engordando? O piensa qué nos cruzaría por nuestra mente si alguien nos entregase el mismo libro que llevamos meses insistiéndole para que lea. ¿No pensaríamos que nos está ignorando totalmente? Hay que andarse con pies de plomo a la hora de seleccionar un regalo para otra persona, especialmente si no la conocemos muy bien y nos puede poner en un compromiso. También, para evitar esos tensos momentos en los que el regalado reconoce ya tener dicho obsequio.

El regalo que crea unas altas expectativas. Puede sonar banal, pero el tamaño, al menos en lo que concierne a los regalos, sigue importando. La psicología social afirma que, ante la visión de diferentes paquetes envueltos, el que más nos llama la atención es el de mayor tamaño, y será el que probablemente abramos en último lugar. Así pues, deberíamos intentar que las expectativas estén a la altura de lo esperado, y aunque la industria de las colonias y sus empaquetados cada vez mayores hayan hecho mucho en contra de esto, intentar que esa caja que parece un televisor no sea un puzle gigante de 5.000 piezas.

Llega la Navidad y los regalos que damos y recibimos se multiplican de manera exponencial. En ocasiones, elegir el presente idóneo es complicado porque, como en el caso del cada vez más habitual amigo invisible, no conocemos al regalado lo suficiente como para acertar con total seguridad. Otras veces, ocurre todo lo contrario, y llevamos tanto tiempo otorgando regalos a dicha persona que resulta complicado acertar con algo sorprendente, totalmente nuevo o inesperado. Muchas veces, caemos en los mismos errores una y otra vez sin que nadie nos alerte acerca de lo que estamos haciendo mal, ya que, ¿qué clase de persona es capaz de expresar en voz alta su decepción por un regalo recibido? Muchas veces, tan sólo podemos conocer nuestra equivocación gracias al gesto de decepción que atisbamos en el rostro de la otra persona.