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Y en 2013… ¿dónde estarán mis amigos?
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TREINTAÑEROS, UNA GENERACIÓN EMIGRANTE

Y en 2013… ¿dónde estarán mis amigos?

Hace ahora 20 años, la banda de rock Extremoduro editaba su cuarto álbum bajo el título ¿Dónde están mis amigos? Por pura casualidad en el calendario,

Foto: Y en 2013… ¿dónde estarán mis amigos?
Y en 2013… ¿dónde estarán mis amigos?

Hace ahora 20 años, la banda de rock Extremoduro editaba su cuarto álbum bajo el título ¿Dónde están mis amigos? Por pura casualidad en el calendario, pero de manera inevitable, me ha venido a la memoria el título de este trabajo para establecer un paralelismo, poco sofisticado y por supuesto nada científico, con el que referirme a la hornada de treintañeros que dejará España con la llegada de 2013. Igual que hace dos décadas el cantante Robe Iniesta se preguntaba por el paradero de sus colegas, repartidos por las cárceles del país penando sus escarceos con la mala vida, este nuevo año, uno más, yo me hago retóricamente la misma pregunta aunque sepa que el destino de mis amigos está fuera, en el extranjero, donde tratan de sortear las penurias de la crisis y labrarse un futuro mejor lejos de este país decadente.

Cada vez más, cualquiera de nosotros podría enumerar hasta que le faltaran dedos de las manos la cantidad de amigos que ha emigrado durante los últimos años. La cifra, lejos de menguar, sigue aumentando. No hace falta recurrir a estadísticas. Mi propia experiencia personal me lleva a comprobar cómo 2013 volverá a llevarse de mi entorno a otra remesa de colegas de cañas, conocidos del trabajo, compañeros de vacaciones, camaradas de festivales, íntimos de la infancia y paisanos burgaleses. Hablo de una generación de treintañeros que a pesar de contar con una formación cualificada, casi todos universitarios con postgrado bajo el brazo, ha visto cómo durante los últimos años el mercado laboral en España sólo les ofrecía precariedad e inestabilidad de forma continuada.

El bienestar ideal para el que nos formamos es ahora una pesadilla, donde cualquier esfuerzo sirve sólo para salir adelanteAntes de acabar el año, en cuestión de sólo unos días y sin solución de continuidad, amigos de distintos rincones y grupos me comunicaron su buena nueva para 2013. Tras meses de dudas, deambulando existencialmente, la necesidad les había convencido de la oportunidad que encierra dar el salto fuera, una decisión que comparto y apoyo, pero que ahonda en mi decepción y desencanto por el tiempo que nos toca vivir. Efectivamente, la nuestra no es la peor de las miserias, como me recordó hace poco un compadre argentino, pero choca de frente con la prosperidad que soñamos, con el futuro que nos prometieron y con el país que imaginamos heredar algún día. El bienestar ideal para el que nos formamos es ahora una pesadilla, donde cualquier esfuerzo sirve sólo para salir adelante, sin más.

Podría hacer memoria de todos los que se fueron hace ya tiempo, empezando por mi propia hermana Raquel, con doble titulación, que lleva más de cinco años en Dublín, o por mi prima Elena, licenciada y con máster, que está afincada en Londres desde hace otros tres, pero la lista sería interminable. Más que el recuerdo por los ausentes, que como buenos expatriados han vuelto en masa durante estas fechas al calor de la Navidad, me duele más cada nueva marcha. Sin ir muy lejos, antes del próximo 8 de enero tengo que ver a mi amiga María para despedirme de ella. Tras perder su trabajo en una compañía de referencia y apurar durante varios años con empleos precarios, esta técnico de ingeniería ambiental con dos másteres ha decidido partir rumbo a Canadá con un maletón de ropa y una mochila cargada de esperanza.

También me queda poco tiempo para disfrutar de Eugenio, un granaino que deja la capital de España con rumbo a México Distrito Federal a comienzos de febrero. Su historia repite un patrón similar al de otros amigos a la fuga. En su caso, asqueado tras varios años trabajando en el sector financiero, el cambio de hábitos, postgrado mediante, para reinventarse como abogado y poner a prueba su licenciatura en Derecho no le deparó mejor suerte. Doce meses remando contra corriente fueron suficientes para convencerse a sí mismo de que el mileurista, cuando existió como especie precaria dominante, fue una casta privilegiada en comparación con las condiciones que tenía que aceptar para seguir malviviendo en Madrid. Diez años después de salir de casa por primera vez, vuelve a empezar de cero.

El mérito de salir fuera

Por suerte para el emigrante, llegar a la tierra prometida no es en todas las ocasiones un salto al vacío. Cada vez con más frecuencia es normal que algunos amigos, o amigos de amigos, ya vivan y trabajen en los destinos elegidos por los nuevos expatriados. Alberto, Santiago, Claudia y Aloia, por ejemplo, ya están sobre aviso de la llegada de Eugenio a la capital mexicana. Igual ocurrió antes cuando mi compi Aurora, una brillante geóloga palentina, aterrizó hace seis meses en Santiago de Chile, y pasará también cuando el científico madrileño Piña pise las inmediaciones de Times Square al llegar la primavera. En esta dinámica, todos han tenido el comodín de contactar con terceros que como ellos emprendieron el mismo camino hace más tiempo y a los que ahora acudirán para desenvolverse mejor sus primeros días.

Resistimos por la comodidad de mantener un aparente trabajo estableEn cuanto al ámbito laboral, esta generación de los 70, renombrada cientos de veces como la mejor preparada, tiene caché suficiente para encontrar un trabajo adecuado a su perfil profesional y académico en un plazo razonable de tiempo o hasta el punto de subirse ya al avión con un contrato firmado tras convencer en varias entrevistas por teléfono y skype. El problema está a la hora de plantearse la vuelta. Algunos de los primeros en irse, como mis íntimas Maribel y Ana, que dejaron España a la carrera con el despunte de la crisis y han terminado trabajando en puestos de responsabilidad en organismos internacionales, comprueban ahora con amargura el desolador páramo laboral que les aguarda en caso de contemplar la posibilidad de regresar a su país. El caso es que ni pueden ni se las espera.

Aunque esta reflexión parezca una historia triste por los que se van, en realidad lo es más por los que nos quedamos. Toda esta vorágine migratoria, que cada año merma mi entorno de amigos, me provoca un profundo desconcierto al sopesar el hecho de que seguir en España sea la decisión equivocada. Al final, tengo la sensación de que resistimos más por la comodidad de mantener un aparente trabajo estable o por la cobardía a emprender una nueva vida fuera de nuestro entorno, más que por el convencimiento de aspirar a una vida mejor. La ilusión de pertenecer a una solvente clase media puede más que los evidentes signos de precariedad que nos acompañan como integrantes de esta generación. Dicho lo cual, pensar que la única vía digna de emancipación pasa por emigrar resulta una exageración muy real.

Hace ahora 20 años, la banda de rock Extremoduro editaba su cuarto álbum bajo el título ¿Dónde están mis amigos? Por pura casualidad en el calendario, pero de manera inevitable, me ha venido a la memoria el título de este trabajo para establecer un paralelismo, poco sofisticado y por supuesto nada científico, con el que referirme a la hornada de treintañeros que dejará España con la llegada de 2013. Igual que hace dos décadas el cantante Robe Iniesta se preguntaba por el paradero de sus colegas, repartidos por las cárceles del país penando sus escarceos con la mala vida, este nuevo año, uno más, yo me hago retóricamente la misma pregunta aunque sepa que el destino de mis amigos está fuera, en el extranjero, donde tratan de sortear las penurias de la crisis y labrarse un futuro mejor lejos de este país decadente.