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Una abogada de la City cuenta lo que aprendió tras pasar tres años en la cárcel
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“LA PRISIÓN ME SALVÓ LA VIDA”

Una abogada de la City cuenta lo que aprendió tras pasar tres años en la cárcel

En 2006 Kate Johns era una de las mujeres más exitosas de la City londinense. Como subdirectora del departamento legal del Banco de Tokyo-Mitsubishi –la entidad

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Una abogada de la City cuenta lo que aprendió tras pasar tres años en la cárcel

En 2006 Kate Johns era una de las mujeres más exitosas de la City londinense. Como subdirectora del departamento legal del Banco de Tokyo-Mitsubishi –la entidad más grande de Japón, y la novena del mundo–, era responsable de todos los asuntos jurídicos concernientes a Europa y estaba al cargo de un presupuesto de 20 millones de libras al año. Su tren de vida era muy elevado. Pasaba a diario por el peluquero, se burlaba de los que usaban transporte público y estaba en la lista privada de los mejores diseñadores del mundo. Hoy sabemos, además, que gastó 40.000 libras en comprarse un par de anillos. Tuvo que reconocerlo ante el juez que le condenó, en 2009, a pasar cinco años de prisión por estafar a su propio banco.

Han pasado tres años desde entonces y Johns ha salido de la cárcel tras cumplir la mitad de su condena. Como tantos otros hombres y mujeres de negocios que han pasado por un centro penitenciario, lo primero que ha hecho es escribir un libro comentando su experiencia. Aunque sigue insistiendo en que no todo fue culpa suya, y asegura que no es más que un “chivo expiatorio” del entramado empresarial, reconoce sin tapujos que la cárcel le ha “salvado la vida”. 

Un ambiente tóxico

En su libro, que narra los entresijos de su caída en desgracia, Johns define la City como un lugar siniestro en el que se anima a los empleados a tomar grandes riesgos, sin que sean conscientes del elevado coste humano que puede tener su avaricia. Algo que, reconoce, solo ha logrado entender tras su paso por la cárcel.  

Todos los analistas se hicieron la misma pregunta: ¿cómo es posible que una abogada de su nivel cometiera un fraude tan burdo?Fue la avaricia la que llevó a Johns a persuadir a varios clientes y compañeros para que ignoraran los procedimientos estándar de su banco, logrando que le transfirieran directamente a sus cuentas cientos de miles de libras, a cambio de inyecciones de efectivo que realizaba a través de la entidad. En total logró estafar más de siete millones de libras, de las que se quedó unos dos millones, que gastó, entre otras cosas, en pagar la hipoteca de su casa de Candem, valorada en más de un millón de libras.

La mayor parte del dinero restante acabó en manos de Fank Taira-Supit, amigo de Johns y jefe de la compañía aérea indonesia Air Efata, que estaba atravesando una importante crisis financiera. El escándalo salió a la luz, precisamente, cuando la aerolínea entró en venta y sus nuevos propietarios descubrieron todo el entramado.  

Cuando el caso se hizo público en Reino Unido, todos los analistas se hicieron la misma pregunta, ¿cómo es posible que una abogada de su nivel cometiera un fraude tan burdo? La propia policía, en declaraciones al Telegraph, aseguró que Johns debía saber necesariamente que iban a pillarla, pues después de todos sus esfuerzos por buscar los fallos del sistema, “recibía el dinero directamente en su cuenta personal”.  

De los rascacielos de la City a la prisión para enfermos mentales

Tras conocer su acusación por fraude y blanqueo de dinero la letrada pensó solo en una cosa: quitarse la vida. En el libro explica que ni siquiera recuerda el momento en que el jurado le declaró culpable: estaba recuperándose de una sobredosis con la que intentó suicidarse por novena vez. “Tenía un miedo insensato”, cuenta en libro. “Creía que mi vida había acabado”. Y suicidarse era la única solución, “la única manera de intentar negar la realidad de lo que estaba pasando”.

En el transcurso del proceso Johns fue diagnosticada con trastorno bipolar, algo que, según explica en el libro, fue provocado por los medicamentos que tuvo que tomar para paliar sus tendencias suicidas. Tras pasar seis meses en una prisión para enfermos mentales, junto a otras 16 mujeres con diversos trastornos, fue transferida a la prisión convencional, compartiendo celda con otras cinco presas.

La mayoría de empresarios ven la prisión como un castigo excesivoLa cárcel cambió para siempre la visión del mundo de Johns. Allí conoció, tal como cuenta en el libro, en qué consistía la verdadera amistad. Y se dio cuenta, por fin, de que lo que había estado haciendo no era moralmente aceptable. La abogada cuenta que le costó varios meses aceptar la sentencia: “Hay un periodo de negación en el que todos tus esfuerzos se centran en encontrar una manera de salir de ahí”. Pero tuvo un golpe de suerte, conoció a un funcionario encargado de dar los permisos de libertad condicional que le abrió los ojos: “Fue como una revelación. Me di cuenta de que mi historia estaba plagada de problemas morales y éticos que eran preocupantes, y que debía identificarlos y enfrentarme a ellos antes de seguir adelante”. Johns cree que muchos otros ejecutivos, que han sucumbido como ella al fraude, nunca se dan cuenta de que su comportamiento no era el apropiado: “Suelen concentrar sus esfuerzos en no hundirse, viendo [el paso por prisión] como un castigo excesivo por el que tienen que pasar”.  Por suerte, en el caso de Johns, el sistema penitenciario si cumplió su verdadero objetivo: la reeducación y reinserción social. 

En 2006 Kate Johns era una de las mujeres más exitosas de la City londinense. Como subdirectora del departamento legal del Banco de Tokyo-Mitsubishi –la entidad más grande de Japón, y la novena del mundo–, era responsable de todos los asuntos jurídicos concernientes a Europa y estaba al cargo de un presupuesto de 20 millones de libras al año. Su tren de vida era muy elevado. Pasaba a diario por el peluquero, se burlaba de los que usaban transporte público y estaba en la lista privada de los mejores diseñadores del mundo. Hoy sabemos, además, que gastó 40.000 libras en comprarse un par de anillos. Tuvo que reconocerlo ante el juez que le condenó, en 2009, a pasar cinco años de prisión por estafar a su propio banco.