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Ibogaína, una droga desconocida con propiedades insospechadas
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EEUU FRENÓ LOS ENSAYOS CLÍNICOS

Ibogaína, una droga desconocida con propiedades insospechadas

El iboga es una especie de arbusto originario de África Ecuatorial que por sus propiedades alucinógenas y estimulantes se utiliza frecuentemente en rituales o en la

Foto: Ibogaína, una droga desconocida con propiedades insospechadas
Ibogaína, una droga desconocida con propiedades insospechadas

El iboga es una especie de arbusto originario de África Ecuatorial que por sus propiedades alucinógenas y estimulantes se utiliza frecuentemente en rituales o en la medicina tradicional de esta parte del continente. Pero no es solo eso. Algunos terapeutas utilizan la ibogaína, un alcaloide presente en las raíces de este arbusto, para tratar las adicciones a los opiáceos o la cocaína, así como los episodios de depresión psicótica. De hecho, la ibogaína fue el primer antidepresivo utilizado oficialmente en medicina, según documenta Stanley Jackson en su Historia de la melancolía y la depresión (Ed. Turner).

Sobre los usos y beneficios de este potente estimulante del sistema nervioso existen todavía muchas sombras, alrededor de las cuales la comunidad médica no acaba de ponerse de acuerdo. Algunos investigadores subrayan sus peligros, ya que si se consume en cantidades por encima de los diez gramos puede llegar a provocar parálisis cerebral y respiratoria, y resaltan su agresividad (mata las células neuronales) mientras que otros apuntan a teorías conspirativas para justificar que no se emplee normalmente en las terapias de deshabituación.

Uno de los máximos defensores del uso terapéutico de la ibogaína fue precisamente un extoxicómano que superó su adicción a la heroína gracias al consumo de esta planta. Se trata del científico norteamericano Howard Lotsof, que llegó a registrar varias patentes sobre el uso de este alcaloide para tratar las drogodependencias. Tras su muerte en 2010, la lucha por normalizar estas terapias, que llevaba a cabo desde la Fundación Dora Weiner, ha ido perdiendo poco a poco capacidad de influencia.

Un tabú para la comunidad científica

Continúa intacta, sin embargo,  la extensa documentación, investigaciones y aportaciones en congresos sobre la hibogaína que Lotsof promovió intensamente durante sus últimos años. La neuróloga de la Universidad de Miami Deborah Mash reconoce su efectividad para reducir el síndrome de abstinencia a los opiáceos. Sin embargo, explica que todavía son necesarios más estudios a largo plazo para concretar su porcentaje de éxito y sus posibles riesgos.Se han documentado varias muertes de pacientes sometidos a este tratamiento

Una precaución respecto al uso de esta sustancia que también mantiene el director de neurofarmacología del Albany Medical College de Nueva York, Stanley Glick, a pesar de ser el primero en ensayar con éxito la desintoxicación de animales de laboratorio mediante la ibogaína. Unos efectos que se produjeron dos días después de suministrársela a un grupo de ratas adictas a la cocaína y la morfina. Glick no tiene ninguna esperanza de que se convierta en un fármaco, tanto por sus efectos alucinógenos como por su conocida y turbia historia vinculada a los rituales tribales. Un auténtico tabú para la comunidad científica.

La senda abierta por estos investigadores ha sido continuada por otros estudios más recientes, como uno conducido por el neurólogo de la Universidad de California, Dorit Ron, en el que se resaltan nuevas propiedades de esta sustancia para regenerar las vías nerviosas del cerebro. Tampoco faltan los testimonios de antiguos toxicómanos que aseguran haber superado su adicción en un tiempo récord gracias este tratamiento.

Teorías conspirativas

Otro de los principales obstáculos con los que se ha encontrado la hibogaína para convertirse en un tratamiento de deshabituación es la gran desconfianza existente entorno a sus posibles efectos secundarios. Numerosa literatura científica subraya que las recaídas ocurren con frecuencia seis meses después del tratamiento. Además se han documentado varias muertes de pacientes sometidos a este tratamiento, la mayoría de ellos con problemas cardíacos previos.Estados Unidos, Bélgica, Polonia, Dinamarca, Suiza o Francia han prohibido los ensayos clínicos

Otras voces, más aficionadas a la conspiración, apuntan a la industria farmacéutica como la principal responsable de que se paralizase la primera fase de los ensayos clínicos en humanos, autorizada y financiada en la década de los 90 por el National Institute on Drug Abuse (NIDA). Esta es la opinión de Kenneth Alper, psiquiatra y neurólogo de la Universidad de Medicina de Nueva York. “La industria farmacéutica piensa que los tratamientos contra las adicciones no le reportan beneficios”, apunta. La neuróloga Deborah Mash es todavía más tajante: “Curar una enfermedad en uno o dos tratamientos es menos rentable que tratarla durante toda la vida”.

Así las cosas, la comunidad internacional se encuentra dividida a la hora de autorizar o no los ensayos clínicos con ibogaína. Mientras algunos países como Israel, Brasil, México, Panamá o el Caribe están autorizados los ensayos clínicos, en otros como Estados Unidos, Bélgica, Polonia, Dinamarca, Suiza o Francia están prohibidos. Por otra parte, en la gran mayoría de países no existe una legislación que desautorice expresamente su uso, como es el caso de España.

El iboga es una especie de arbusto originario de África Ecuatorial que por sus propiedades alucinógenas y estimulantes se utiliza frecuentemente en rituales o en la medicina tradicional de esta parte del continente. Pero no es solo eso. Algunos terapeutas utilizan la ibogaína, un alcaloide presente en las raíces de este arbusto, para tratar las adicciones a los opiáceos o la cocaína, así como los episodios de depresión psicótica. De hecho, la ibogaína fue el primer antidepresivo utilizado oficialmente en medicina, según documenta Stanley Jackson en su Historia de la melancolía y la depresión (Ed. Turner).