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Educación de élite para todos: cómo estudiar en Princeton gratis
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EL MODELO MOOC, ¿FUTURO DE LA DOCENCIA?

Educación de élite para todos: cómo estudiar en Princeton gratis

Si se examina la tendencia que la mayor parte de propuestas educativas están delimitando (subida de tasas, estudios de posgrado cada vez más caros), poca duda

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Educación de élite para todos: cómo estudiar en Princeton gratis

Si se examina la tendencia que la mayor parte de propuestas educativas están delimitando (subida de tasas, estudios de posgrado cada vez más caros), poca duda cabe de que el futuro pasa por conseguir la mejor educación al mayor precio. ¿Es que no hay futuro para los que tienen un menor poder adquisitivo? Parece ser que sí: un grupo de empresas de reciente fundación han puesto en solfa esta tendencia, ofreciendo de forma gratuita acceso a las clases de algunos de los profesores más distinguidos del planeta. La más importante de ellas, Coursera, ha conseguido ya más de 1,7 millones de usuarios desde que abriese sus puertas en abril de este año, demostrando que no se trata de un capricho circunstancial. Otras dos, edX y Udacity, tienen su propia personalidad –la primera no tiene ánimo de lucro, la segunda reivindica la educación superior “como un derecho humano”–, pero todas ellas intentan establecerse como reacción a otras iniciativas totalmente opuestas, como el New College of Humanities del filósofo inglés A.C. Grayling, cuya matrícula anual cuesta unos 22.000 euros al año.

Queremos cambiar la vida universitaria tal y como la conocemos¿Su nombre? “Los cursos online gratuitos y masivos”, o en el acrónimo inglés que se utiliza para referirse a tales estudios, MOOCs (Massive Online Open Courses). ¿Su objetivo? Ofrecer la educación de más alta calidad de forma gratuita, si es que tal cosa es posible. Cómo no, muchos se han apresurado a calificar este tipo de iniciativas como “el futuro de la educación”, un término prácticamente desgastado por el uso. Sin embargo, esa parece ser su pretensión: tal y como afirmaba el presidente de edX, Anant Agarwal, “queremos cambiar el acceso mundial a la educación y reinventar la vida del campus”, al mismo tiempo que poner en tela de juicio la validez de las universidades tradicionales. “Si puedes conseguir lo mismo gratis, ¿para qué vas a pagar?”

Una fuerte inversión de futuro

Todo comenzó cuando dos profesores de ciencia computacional de la Universidad de Stanford, Andrew Ng y Daphne Koller, dieron arranque a Coursera en octubre de 2011, con el objetivo de “educar en masa a la población global”. El dinero invertido en la firma fue cuantioso desde un primer momento (unos 22 millones de dólares de capital inicial) y a día de hoy ya cuentan con 33 universidades asociadas. La mayor parte de ellas son estadounidenses, aunque también figuren en la lista organizaciones como la Universidad de Edimburgo o la Escuela Politécnica Federal de Lausana, y dos tercios de los usuarios no sean americanos. Lo que diferencia a Coursera de sus principales competidores es que ofrece un sistema que puede ser adoptado por cualquier organización, ya que al contrario que edX, delega en cada centro su programa educativo y su selección de docentes.

Udacity también fue formado por un docente de la Universidad de Stanford, el alemán Sebastian Thrun, profesor de ciencia computacional y director del Laboratorio de Inteligencia Artificial, además de vicepresidente de Google. El profesor señalaba que su motivación para fundar la compañía fue descubrir que tan solo 200 selectos estudiantes de Palo Alto habían conseguido acceder a sus cursos, una cantidad extremadamente reducida en comparación con todos los alumnos que podría tener a lo largo y ancho del planeta gracias a los adelantos tecnológicos. Por ello mismo, decidió enviar un correo electrónico a sus contactos anunciando su decisión, y cuando se quiso dar cuenta, tenía unos cuantos miles de potenciales estudiantes de todas las edades pidiendo saber más.

En apenas dos meses, mis clases han tenido más difusión que durante el resto de mi vida¿Dónde está el quid de la cuestión? En difundir de manera global un conocimiento que hasta entonces había sido tremendamente local, relacionado con unas instituciones y zonas geográficas determinadas, y de esa manera multiplicar exponencialmente la difusión de las clases de los grandes catedráticos. “Normalmente, enseño para 200 estudiantes, y ahora lo estoy haciendo para 160.000”, señalaba Thurn a mediados de este mismo año. “Nunca en mi vida profesional he conocido un impacto parecido al de estos dos últimos meses”. Sin embargo, aunque todo parezca maravilloso en este momento –el rápido crecimiento de las empresas así lo indica–, dos son los principales problemas a los que tendrán que enfrentarse estas start-ups si quieren salir adelante: conseguir rentabilizar su negocio (que aún no es su principal prioridad, como recordaba Ng) y ofrecer algún tipo de validez a sus títulos, ya que, hasta ahora, ninguno de los títulos ofrecidos está reconocido de manera oficial. Y no parece que ello se cuente entre sus intenciones.

¿Combatiendo la ‘titulitis’?

La herramienta empleada por las exitosas compañías es la red. Internet permite que el mismo profesor que en circunstancias normales podría impartir una clase, como máximo, a 200 alumnos (y ya sería demasiado) pueda hacer lo propio con cientos de miles de estudiantes, que a través de las conferencias online podrían seguir su participación en directo. Lo único necesario, hasta el momento, es registrarse en la página web de la compañía, seleccionar el curso deseado y disfrutar de él, al mismo tiempo que se establece contacto con estudiantes de todo el planeta. De esta manera, se puede acceder a los cursos de profesores de instituciones con tanta reputación internacional como Stanford (segunda en el ránking de universidades diseñado por Shanghai), California (sexta) o Princeton (séptima). Por su parte, edX cuenta con alianzas con el Instituto de Tecnología de Massachusetts o la Universidad de Harvard.

Una forma de rentabilizar el negocio sería ofreciendo a las empresas acceso a los mejores estudiantes¿Cómo se comprueba que el estudiante ha adquirido los conocimientos necesarios? En Coursera, a través de pruebas online, que han de pasarse con un 70% de acierto, y que otorgan un diploma sin validez oficial, lo que ha conducido a señalar que, en este caso, es más importante lo que se aprende que el papel que dice que, en teoría, lo has aprendido. Muchos de los estudiantes no terminan nunca sus estudios (tan sólo de un 10 a un 15%), algo que cabe esperar en lo que se refiere a la educación virtual, que en comparación con la física es mucho menos intrusiva en la vida diaria de los estudiantes, y por ello mismo, más fácil de abandonar.

Sustituyendo lo insustituible

La gran duda está, por supuesto, en saber si este modelo puede ser económicamente rentable o, como han señalado algunos expertos, está condenado al fracaso. Una de las posibles salidas sería ofrecer servicios premium donde sí se puedan obtener títulos oficiales a cambio de una cantidad determinada (lo que, básicamente, convertiría estos servicios en una universidad a distancia). Otra está en constituirse como puentes entre los estudiantes y las empresas para que estas puedan encontrar a los mejores dentro de cada disciplina a partir de muestras de miles de alumnos repartidos por todo el planeta. En ese sentido, Andrew Ng afirmaba que ya había sido contactado por alguna firma con el objetivo de contratar a sus mejores estudiantes y que además, las compañías se encontraban dispuestas a pagar por ello.

Lo cual acarrea otro problema: garantizar que los resultados de los exámenes sean completamente fidedignos y que, por lo tanto, garanticen que los candidatos elegidos por la empresa sean tan buenos como sus notas sugieren. Algo particularmente complicado si tenemos en cuenta que establecer un control exhaustivo sobre cada uno de los miles de estudiantes repartidos por todo el planeta es prácticamente imposible. ¿El último escollo? Por mucho que sus responsables se jacten de que, al contrario de lo que parece, su sistema ha contribuido a acercar a los estudiantes entre sí, en un momento en el que la educación se orienta cada vez más a enfoques prácticos, al desarrollo de competencias y al trabajo en equipo, una metodología basada en vídeos, textos y exámenes quizá no sea la que se encuentre en mayor consonancia con lo que los tiempos demandan.

Si se examina la tendencia que la mayor parte de propuestas educativas están delimitando (subida de tasas, estudios de posgrado cada vez más caros), poca duda cabe de que el futuro pasa por conseguir la mejor educación al mayor precio. ¿Es que no hay futuro para los que tienen un menor poder adquisitivo? Parece ser que sí: un grupo de empresas de reciente fundación han puesto en solfa esta tendencia, ofreciendo de forma gratuita acceso a las clases de algunos de los profesores más distinguidos del planeta. La más importante de ellas, Coursera, ha conseguido ya más de 1,7 millones de usuarios desde que abriese sus puertas en abril de este año, demostrando que no se trata de un capricho circunstancial. Otras dos, edX y Udacity, tienen su propia personalidad –la primera no tiene ánimo de lucro, la segunda reivindica la educación superior “como un derecho humano”–, pero todas ellas intentan establecerse como reacción a otras iniciativas totalmente opuestas, como el New College of Humanities del filósofo inglés A.C. Grayling, cuya matrícula anual cuesta unos 22.000 euros al año.