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El colegio del futuro, separar a “los niños que no van bien”
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AGRUPAN A LOS ALUMNOS POR RENDIMIENTO

El colegio del futuro, separar a “los niños que no van bien”

A lo largo de la historia, gobiernos, ministerios y escuelas, han tenido que plantearse una pregunta central cuya respuesta ha modelado toda la estructura de los

Foto: El colegio del futuro, separar a “los niños que no van bien”
El colegio del futuro, separar a “los niños que no van bien”

A lo largo de la historia, gobiernos, ministerios y escuelas, han tenido que plantearse una pregunta central cuya respuesta ha modelado toda la estructura de los distintos sistemas educativos: ¿Cómo se debe agrupar a los niños en el aula?

Hasta la aparición de la escuela pública la respuesta era muy sencilla ya que sólo llegaban al aula aquellos que pudieran pagarse una educación, pero a medida que la enseñanza se extendió a todos los estratos sociales, esta cuestión supuso un verdadero quebradero para las autoridades. Según fueron evolucionando los sistemas educativos aparecieron dos tendencias: unos países optaron por agrupar a los alumnos en clases, o centros, homogéneos, en los que se distinguía a los alumnos en función de su rendimiento académico; otros trabajaron agrupando a los alumnos en centros y aulas heterogéneas, formando lo que se conoce como escuela comprensiva, en la que todos los alumnos recibían una educación similar.

Con el tiempo, sobre todo desde mediados del siglo XX, numerosos sistemas educativos de agrupación homogénea fueron virando hacia modelos heterogéneos, que se extendieron por todo el mundo. El ejemplo más paradigmático de esta evolución se dio en Gran Bretaña, donde se fraguó todo el concepto de escuela comprensiva, que fue impulsado fervientemente por Anthony Crosland, secretario de estado de educación del gobierno laborista entre 1964 y 1970. Reino Unido acabó así con el sistema tripartito, por el cual los niños eran separados mediante un examen a la edad de 11 años y redirigidos a tres tipos de escuelas en función de su rendimiento.

Hoy en día el debate está muy caliente, y hay fuertes tendencias que empujan hacia nuevos tipos de agrupamientos homogéneos. Muestras de ello son los nuevos modelos de escuela diferenciada por sexos, o la apuesta por los centros de excelencia, como el bachillerato impulsado por Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. 

El sistema español sigue dominado por la escuela comprensiva, cuya implantación fue la gran apuesta de la LOGSE, pero el modelo está cambiando por otras vías. Tal como explica Juan Manuel Escudero, catedrático de didáctica y organización escolar de la Universidad de Murcia, muchos centros, al margen de lo que dicta la ley, están impulsando la separación de los alumnos en función de su rendimiento académico: “Nuestro sistema ha ido a la caza del alumno que no va bien, y se le ha ido derivando a grupos diferenciados. Es una realidad en la práctica cotidiana, que se tiende a constituir a partir de quinto o sexto de primaria, cuando se separan las aulas en función del rendimiento de los estudiantes. Se trata de una separación que se realiza con el conocimiento explicito de los claustros y, en ocasiones, de las familias”.

En un centro dónde se agrupa de forma homogénea, se deja a muchos niños desatendidosEsta práctica, asegura Escudero, se da en numerosos centros, tanto públicos o privados, aunque de distinta forma. “En Murcia”, cuenta el profesor a modo de ejemplo, “los programas bilingües de los institutos se utilizan de forma sutil para concentrar en estos grupos a los alumnos con mayor rendimiento”. Este tipo de tretas para separar a los alumnos en grupos separados por rendimiento, asegura, son muy comunes y, en su opinión, tienen mucho que ver con la alta tasa de fracaso escolar que tenemos en España: “En un centro donde se agrupa de forma homogénea se deja a muchos niños desatendidos. No se espera gran cosa de los grupos de alumnos que rinden menos y se rebajan las expectativas. Entonces se cumple el efecto Pigmalión [también conocido como la 'profecía autocumplida'], las expectativas de los profesores sobre el desempeño de los alumnos determinan, precisamente, las conductas que los profesores esperaban”.

La tercera vía: agrupamiento flexible por habilidades

Visto que ninguno de los sistemas está exento de críticas bien fundadas, muchos estudiosos se han preguntado si existe alguna forma de tratar a los alumnos de forma diferente, individualizada, sin la necesidad de crear grupos distintos que creen desigualdades en el sistema.

De un tiempo a esta parte, está empezando a hablarse en los círculos educativos de una tercera vía: la agrupación o diferenciación por habilidades. Según explica Eva Marina, docente y directora de la Fundación Educativa Universidad de Padres, este sistema surgió a raíz de las ideas del psicólogo Howard Gardner, y su teoría de las inteligencias múltiples, por la que ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2011. Según Gardner, cada persona tiene por lo menos ocho inteligencias, ocho habilidades cognoscitivas que trabajan juntas pero para las que estamos preparados en menor o mayor grado. En resumidas cuentas, en un solo aula puede haber niños con mayor facilidad para los números –pues tienen una mayor inteligencia lógica-matemática, según la clasificación de Gardner– y niños con mayor facilidad, por ejemplo, para el dibujo –con una mayor inteligencia visual y espacial–. La escuela, por tanto, sería más eficaz en la medida en que pudiera atender las necesidades de cada niño por separado, fomentando un agrupamiento por habilidades, de tal manera que los niños con más dificultades para una determinada inteligencia tuvieran un refuerzo orientado a trabajar en ese área o, al menos, pudieran alcanzar los distintos objetivos curriculares abordando estos desde el tipo de inteligencia para la que están más preparados, algo que se logra trabajando los contenidos desde distintas ópticas.

Sobre el papel, la educación por habilidades tendría que ser un éxito, pues trata al niño como un individuo únicoEn España uno de los centros pioneros en este tipo de enseñanza es el Colegio Montserrat, de Barcelona, un centro concertado que lleva trabajando en en un proyecto educativo basado, en gran medida, en las ideas de Gardner desde 1992. Araceli Vendrel, directora de comunicación del colegio y profesora del mismo, explica que su método educativo no separa ningún grupo de la clase, pero tiene en cuenta las distintas inteligencias de cada alumno a la hora de preparar éstas: “Se trabaja con proyectos en los que se utilizan las distintas inteligencias. Así los alumnos desarrollan sus fortalezas, llegando a comprender los conocimientos de manera más fácil”. 

Numerosos modelos de este tipo, tal como cuenta Marina, se están utilizando también con éxito en Gran Bretaña y Finlandia, países muy avanzados en materia educativa. El problema es que, como asegura la docente, aunque en educación nada es fácil, este sistema es especialmente complejo: “Si un profesor se enfrenta a un grupo de alumnos sabe que cada uno tiene sus fortalezas y sus debilidades. Cada niño es distinto en su manera de aprender. Sobre el papel, por tanto, la educación por habilidades tendría que ser un éxito, pues se enfoca en tratar al niño como un individuo único. Pero, ¿cómo planteas todo esto en una clase de, como poco, 25 niños? Los profesores tienen que estar preparados para esto. Si vas a agrupar a los niños por habilidades tendrás que tener profesionales preparados para diagnosticar habilidades y saber qué se le tiene que dar a cada niño. En vista de cómo está el panorama sería una reforma muy compleja. Todo esto tiene un problema muy importante y es que si se hace mal puede ser un desastre”.

Vendrel discrepa. En su opinión el proyecto pedagógico de su colegio podría implementarse en cualquier tipo de centro: “Se puede fomentar en todo tipo de escuelas. No es tan complejo. El profesor debe prepararse la clase igual, pero de distinta forma. Aquí se trabaja por proyectos, que elaboramos en equipo. Es sólo una manera distinta de trabajar. La prueba es que el proyecto se está llevando a cabo en un colegio de Camerún, donde hay un profesor por cada aula de 130 alumnos”.

¿Evitaría un sistema de este tipo el fracaso escolar?

En opinión de Marina una reforma en este sentido sería positiva siempre y cuando persiguiera reducir la tasa de fracaso escolar, que es el gran problema del sistema español, pues “condena al 30% de la población a ser mano de obra barata y sin preparación”. El peligro reside en que, si se hace mal, podría crear guetos, que es justo lo que el sistema español ha tratado de evitar y una de las pocas cosas que se han logrado con éxito –nuestro sistema está por encima de la media de la OCDE en términos de equidad (la relación entre el rendimiento y el entorno socioeconómico del estudiante)–.

Este tipo de iniciativas son positivas siempre que el agrupamiento se dé en el mismo aula, buscando la flexibilidadEscudero tiene una opinión similar a este respecto: “No es de recibo que haya una tasa de fracaso escolar tan alta, y es el reto en el que debemos concentrar todas nuestras energías”. En su opinión, este tipo de iniciativas son positivas siempre que el agrupamiento se dé en el mismo aula, buscando la flexibilidad de acuerdo a las habilidades e intereses de los alumnos, pero sin tener solo en cuenta el rendimiento académico y el tipo de inteligencia de cada alumno, sino también la procedencia sociocultural y el capital cultural del alumno.

En definitiva, en su opinión este tipo de iniciativas son positivas siempre que no acaben diferenciando a los niños entre alumnos buenos y alumnos malos: “Tengo claro que la diferenciación y la construcción de grupos homogéneos no es una alternativa para incrementar el éxito escolar. Hay otra cuestión de fondo. El criterio fundamental para elegir la forma de escolarización no debe ser sólo el rendimiento académico. En las aulas se tiene que aprender a vivir con otras personas, creando condiciones similares a las de la vida real. Ese es el gran reto para una escuela, que debe cumplir un papel de integración y cohesión social. Debe ser reflejo del tipo de sociedad que queremos formar”.

Al fin y al cabo cabría preguntarse para qué sirve la educación. Marina lo tiene muy claro: “Cada vez que queramos introducir cambios en el sistema educativo debemos plantearnos una pregunta: ¿Cómo queremos que sea el ciudadano del futuro?”.

A lo largo de la historia, gobiernos, ministerios y escuelas, han tenido que plantearse una pregunta central cuya respuesta ha modelado toda la estructura de los distintos sistemas educativos: ¿Cómo se debe agrupar a los niños en el aula?