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Nunca pillarás a un mentiroso: ningún método es capaz de detectar sus engaños
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EL NIVEL DE ACIERTOS ALCANZA UN MÁXIMO DEL 54%

Nunca pillarás a un mentiroso: ningún método es capaz de detectar sus engaños

La información obtenida en los interrogatorios policiales puede ser determinante para dictar un veredicto judicial, sobre todo, cuando la responsabilidad recae en un jurado popular. Cada

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Nunca pillarás a un mentiroso: ningún método es capaz de detectar sus engaños

La información obtenida en los interrogatorios policiales puede ser determinante para dictar un veredicto judicial, sobre todo, cuando la responsabilidad recae en un jurado popular. Cada vez más, se emplean técnicas de detección de mentiras basadas en la “lectura” del lenguaje corporal, como las expresiones faciales, los gestos o la forma en que los sospechosos expresan sus sentimientos y reaccionan ante los estímulos y provocaciones. Unas prácticas que popularmente han adquirido el carácter de científicas. Nada más lejos de la realidad.

Diversas investigaciones coinciden en señalar su falta de rigor debido al afán de generalizar. Y es que el riesgo de condenar a inocentes en base a estos análisis ha quedado patente en múltiples casos. Tocarse la nariz, rascarse la cabeza, comerse las uñas o no mirar a los ojos, no siempre son señales inequívocas de que se esté mintiendo. Menos aún, sí se producen en situaciones en las que predomina el estrés. El ensayo Is Anyone Really Good at Detecting Lies? firmado por los profesores de psicología social Charles Bond y Bella Depaulo, recopila más de un centenar de investigaciones en las que se concluye la imprecisión de estas técnicas. De momento, todavía resulta imposible saber si alguien nos está mintiendo o no. La información verbal puede ser una pista, pero nunca una confirmación.

Para Steven Drizin, profesor de Derecho en la Universidad de Northwestern y director del Center on Wrongful Convictions (dedicado a la investigación de condenas erróneas) “no hay forma de diferenciar con exactitud si las reacciones comúnmente asociadas a las mentiras se producen por estar sometidos al estrés o porque realmente se esté mintiendo. Además, aunque realmente estuviésemos seguros de que alguien miente, no podríamos saber acerca de qué”, explica el profesor llamando la atención sobre la infinidad de matices que no se suelen tener en cuenta a la hora de realizar informes de este tipo. No todo el mundo aguanta la presión por igual y ante situaciones traumáticas, el abanico de respuestas es infinito.

Los diferentes factores ignorados por estas técnicas

Cada persona es un mundo y, dependiendo de la educación, las experiencias vitales, la personalidad y la cultura, se reaccionará de una u otra manera. Ni siquiera hace falta llegar al extremo de poner como ejemplo las diferentes actitudes de asiáticos u occidentales para demostrar la falta de rigor de las generalizaciones pues, para los primeros, el simple hecho de torcer la vista no es un gesto de inseguridad relacionado con la mentira, sino que es su forma de mostrar respeto a los desconocidos y así han sido educados. Un simple análisis del lenguaje no verbal de personas con un mismo origen pero de distintas clases sociales, ya saldrán a relucir una serie de diferencias que echan por tierra el rigor de estas técnicas. Así lo demuestran los resultados de varios estudios, según los cuales, el nivel de acierto de estas técnicas es del 54%, “un poco mejor que el azar, pero no mucho”, apunta el profesor DePaulo.Dependiendo de la edad los comportamientos varían, por lo que la mayoría de errores se concentran en la población adolescente

Otra de las conclusiones importantes de estas investigaciones es que las tácticas de presión ejercidas en los interrogatorios policiales distorsionan todavía más la naturaleza de la información no verbal obtenida de los sospechosos, aumentando así su imprecisión. “Las personas de diferentes culturas o personalidades no reaccionan igual ante estas tácticas, y lo que puede parecer una mentira no es más que un proceso de ansiedad o la forma particular de cada cual de responder en las situaciones tensas”, explica el profesor Drizin.

Al margen de las diferencias culturales, sociales y de personalidad, los investigadores también incluyen las generacionales. Dependiendo de la edad los comportamientos varían y, en el caso de los adolescentes en pleno proceso de conformación de su personalidad con repentinos e impredecibles cambios de actitud, la inutilidad de estas técnicas es si cabe más patente. Drizin añade que “las señales de comportamiento no funcionan entre la juventud, principalmente entre la población infantil y adolescente. Los niños son más impulsivos, confiados, ingenuos y casi no tienen en cuenta las consecuencias a largo plazo. Algo que las técnicas de interrogatorio no tienen en cuenta, por lo que es frecuente que se cometan más errores en los jóvenes”.

El peligro de la implantación de estas técnicas es evidente debido a su escasa validez científica, pero en Is Anyone Really Good at Detecting Lies? se advierte sobre un problema mayor: “Primero se desarrolla la teoría y luego se comprueba, por lo que los expertos están determinados previamente y ven evidencias donde realmente no las hay”. Se trata de lo que el neurocientífico del londinense University College Itiel Dror describe como el “efecto experto”. Esto es que, “cuando una persona es reconocida por su nivel de experiencia, cae en un exceso de confianza sobre sí misma, impidiéndole relativizar ciertas creencias”. Cuando sus conclusiones llegan al tribunal, no existen las dudas sobre la posibilidad de equivocación.

Avanzando hacia técnicas más precisas

No todo el mundo aguanta la presión por igual y ante situaciones traumáticas, el abanico de respuestas es infinitoLas resonancias magnéticas del cerebro para detectar mentiras son la versión más avanzada de los polígrafos. Un grupo de científicos californianos han desarrollado el sistema ‘No Lie MRI’, cuyo porcentaje de acierto alcanza el 90%. Eso sí, no es apto para personas con psicopatologías o personas emocionalmente inestables. Unos inconvenientes que impiden que sus resultados sean utilizados como pruebas infalibles, aunque cuenta con más precisión que las valoraciones subjetivas de los expertos en detección de mentiras.

Todavía queda un largo camino para detectar mentiras con la total precisión científica necesaria para dictar un veredicto judicial. Mientras tanto, los profesionales del lenguaje corporal siguen desarrollando sistemas de codificación, entre los que ganan terreno las denominadas microexpresiones. Sin embargo, la raíz del problema continúa siendo la misma: la generalización.

La información obtenida en los interrogatorios policiales puede ser determinante para dictar un veredicto judicial, sobre todo, cuando la responsabilidad recae en un jurado popular. Cada vez más, se emplean técnicas de detección de mentiras basadas en la “lectura” del lenguaje corporal, como las expresiones faciales, los gestos o la forma en que los sospechosos expresan sus sentimientos y reaccionan ante los estímulos y provocaciones. Unas prácticas que popularmente han adquirido el carácter de científicas. Nada más lejos de la realidad.