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Batman, ¡acaba con esos perroflautas!
  1. Alma, Corazón, Vida

Batman, ¡acaba con esos perroflautas!

¿Batman, puro entretenimiento? Ni de lejos. Ciertamente, la trilogía de Christopher Nolan utiliza muchas bazas, y la de la diversión y el espectáculo es una de

¿Batman, puro entretenimiento? Ni de lejos. Ciertamente, la trilogía de Christopher Nolan utiliza muchas bazas, y la de la diversión y el espectáculo es una de ellas, pero ni mucho menos la única. Como ha puesto de relieve la prensa anglosajona, donde la película ha suscitado notable debate, la trilogía exhibe una visión del mundo identificada con un tipo de creencia política muy precisa. Y, en especial en esta última entrega, donde las referencias a asuntos de actualidad se hacen muy evidentes.

Así, El caballero oscuro prescinde de la utilización de los enemigos geopolíticos tradicionales como antagonistas. Aquí no hay comunistas que buscan la hegemonía mundial a través de la destrucción del capitalismo, ni nazis de viejo o nuevo cuño que pretenden la hegemonía racial, ni islamistas que desean destruir la civilización occidental y ni siquiera aparecen esos narcotraficantes latinoamericanos o esos mafiosos del este que durante un breve tiempo jugaron un papel estelar en las ficciones hollywoodienses. Los malvados de Batman están directamente vinculados como lo que Hans Magnus Enzensberger llamaba El perdedor radical, una tipología que englobaba tanto a los terroristas como a los asesinos de masas solitarios. Hablamos de un mal absoluto, que ha perdido su carácter instrumental y que carece de todo sentido. Es puro nihilismo que sólo pretende la destrucción. Por tanto, no puede ser comprendido, sólo combatido. Frente al mal en esencia, que es el papel que representa Bane, el peculiar malvado de esta película, sólo cabe pelear hasta su exterminio.

El verdadero problema reside en un sistema perverso que respalda con su inacción a los malvadosEn ese contexto, Batman es especialmente necesario porque las reglas de juego habituales resultan inservibles. El héroe ha de hacer lo preciso para salvar a la ciudad y, para ese propósito, las normas, los procedimientos y las leyes no son más que trampas de las que los malvados saben sacar más partido que nadie. Y ese es también el fondo del conflicto moral que centraba la segunda entrega de la serie: en tanto respetando la ley no hay salvación posible para Gotham, todo héroe debe convertirse en un caballero oscuro si de verdad quiere conseguir su objetivo. Frente al mal no puede haber reglas, y ese es un precio que Batman paga conscientemente.

“Alégrame el día”

El  escenario que dibuja Nolan se parece punto por punto con aquel que George Lakoff señalaba como propio de la visión conservadora, y según la cual el ser humano es malo por naturaleza, la maldad es inextirpable y la única acción relevante es la de preparar a la sociedad lo mejor posible para defenderse de ese veneno que anida en el corazón humano.

En realidad, se trata de una visión relativamente usual en el cine de las últimas décadas, y cuyos exponentes más populares fueron aquellas películas de los setenta protagonizadas por Clint Eastwood / Harry el sucio o Charles Bronson, habituales policías cansados de que jueces, burócratas y medrosos guardianes de la ley les impidieran hacer su trabajo y detener de verdad a los delincuentes. Era la época pre Reagan, en la que la ineficacia de la gestión pública tomaba forma fílmica a través de ciudades deterioradas, donde aumentan la corrupción y la delincuencia, en las que quienes incumplían la ley gozaban de privilegios y donde los recursos públicos eran sistemáticamente malgastados por políticos arribistas. Y para detener toda esa decadencia sólo estaban esos héroes solitarios e incomprendidos que se tomaban la justicia por su mano, cumpliendo por sí mismos (y con placer innegado) aquello que la justicia institucional se negaba a hacer. Make my day…

La escena de la Bolsa refleja esa apropiación de los lugares comunes del movimiento Occupy Wall StreetPero esos delincuentes desatados no eran los grandes enemigos de nuestros héroes justicieros. Los verdaderos problemas residían en un sistema perverso que respaldaba con su inacción a los malvados, y en toda esa gente que insistía en combatir al mal con leyes y normas. Ese es también el esquema de Nolan para su Batman, revistiéndole, eso sí, con dudas metafísicas, alma torturada, atmósferas oscuras y muchos efectos especiales. Pero, en esencia, el asunto es el mismo: el mal sin nombre y sin objetivo amenaza, las reglas no son más que obstáculos, el héroe al margen del sistema nos ofrece la última esperanza y, mientras, las masas se ponen de parte de quienes no deben.  

Un villano indignado

Lo llamativo de esta última entrega, y los medios anglosajones lo han subrayado, es su actitud hostil para con los mensajes provenientes de esa clase media crítica con el sistema financiero y que puede sentir simpatía por los indignados y por Ocuppy Wall Street. En realidad, la tensión de la película se articula sobre el descontento social, sobre el cual el friqui Bane apoya su revolución destructiva, instigando a la empobrecida clase media de Gotham contra los ricos, e instigando una suerte de guerra de clase a medio camino entre la revolución francesa y la soviética. La escena de la Bolsa, en las que las críticas al sector financiero por parte de Bane son emitidas con sorna, refleja esa apropiación por parte de los villanos de los lugares comunes del movimiento del 99%.

La tensión de la película se articula sobre el descontento social, sobre el cual Bane apoya su revolución destructivaLas invocaciones posteriores a devolver el poder al pueblo, a que recuperen lo que les pertenece y a tomar en sus manos las riendas de su vida, con las que Bane se gana a la ciudad de Gotham, no son más que retórica conveniente. En resumen los malvados de Batman, adictos al apocalipsis, engañan a la gente con retórica propia de un político populista para conseguir su objetivo, que no es otro que la destrucción nihilista. De modo que si bajamos el volumen de las peleas entre el murciélago y el líder friqui, escucharemos ese viejo mensaje según el cual todo intento de cambio de sistema lleva indefectiblemente a un escenario distópico: los sueños de pureza y de justicia conducen al gulag…

¿Dónde está, pues la posibilidad de salvación de nuestro mundo, según Nolan? No, desde luego, en esas clases medias que, como asegura uno de los personajes, la atractiva Sarah Kyle, en el fondo odian a los ricos (como le dice a Batman: "Tú y tus amigos deberíais cerrar bien las puertas, porque cuando esto estalle, vais a preguntaros cómo pudisteis vivir tan bien dejando tan poco para el resto"), sino en esas clases ilustradas, encarnadas en el alter ego de Batman, el magnate Bruce Wayne, que miran mucho más allá de sí mismos y que se preocupan por el bienestar común. No son los desfavorecidos ni la empobrecida clase media en quienes se puede poner la esperanza, sino en quienes tienen poder e influencia en la sociedad para conseguir que cambie de rumbo. Muchas de las creaciones populares son bastante menos pop de lo que parecen…

¿Batman, puro entretenimiento? Ni de lejos. Ciertamente, la trilogía de Christopher Nolan utiliza muchas bazas, y la de la diversión y el espectáculo es una de ellas, pero ni mucho menos la única. Como ha puesto de relieve la prensa anglosajona, donde la película ha suscitado notable debate, la trilogía exhibe una visión del mundo identificada con un tipo de creencia política muy precisa. Y, en especial en esta última entrega, donde las referencias a asuntos de actualidad se hacen muy evidentes.