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La maldición que ha acabado con el bar español
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"ERAN LOS SITIOS EN LOS QUE PASABA TODO"

La maldición que ha acabado con el bar español

¿Ha muerto el bar español? ¿Existe algo llamado la maldición del plato cuadrado? La respuesta es clara: no y sí. El “bar español”, la tasca de

Foto: La maldición que ha acabado con el bar español
La maldición que ha acabado con el bar español

¿Ha muerto el bar español? ¿Existe algo llamado la maldición del plato cuadrado? La respuesta es clara: no y sí. El “bar español”, la tasca de siempre, el “Bar Pepe” en sus diversas encarnaciones, permanece, pero Madrid y muchas otras ciudades españolas han visto como ese sempiterno y entrañable tugurio desaparecía a marchas forzadas del centro y los barrios de moda. Ha sido suplantado por taperías de diseño, bares de cocktails, hamburgueserías chic, dinners o -para más inri- franquicias industriales dedicadas a fingir la autenticidad a la que ponen fin. Cualquiera con un pie en la calle sabe que eso es así, y sin embargo han tenido que venir dos jóvenes madrileños –Ivar Muñoz y David Álvarez- para sintetizar la situación en un mini documental de poco más de siete minutos, grabado contrarreloj con la pericia de quien conoce los resortes técnicos. La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado es, en su asumida modestia, la necesaria voz que canta el fin de una era. Un viaje somero y emotivo –en su honestidad y su lógica austeridad– a un modo de vida en aparente extinción.

El bareto es uno de los centros neurálgicos de la vida de un barrio y el que lo pierde se queda sin nervio

“Tardamos dos días. Lo hicimos por la mañana, en los bares que para nosotros eran clásicos de nuestra adolescencia”, dice Álvarez. 50.000 visitas en Youtube después –magias de la red–, el corto se ha convertido en un pequeño fenómeno y todo el mundo les pregunta por algo que ya han retratado con el tranquilo pulso de lo obvio: que los bares “españoles” son más baratos, más normales, más simpáticos y menos engolados. Que molan más. Y que desaparecen. 

Cargarse lo auténtico

Reconoce que la decadencia del bar ‘español’ en el centro es sólo una cara más de “la homogeneización de los barrios alternativos, como puede pasar en Nueva York o en Estocolmo”; eso que se ha dado en llamar gentrificación y que obedece a una sencilla paradoja: jóvenes de clase media en busca de lo auténtico lo identifican con lo normal y terminan por cargarse ambas cosas, necesitando posteriormente encontrar nuevos territorios de autenticidad que esquilmar.

“Bueno, ahí están”, bromea Muñoz, “con sus longboards y sus dos bulldogs que ni siquiera les caben en el apartamento de treinta metros cuadrados en el que viven”. Se cuida, sin embargo, de no pasarse de sarcástico y moderar siempre el tono porque, como dice su compañero, y aunque en su documental también haya una medida ironía: “si eres respetuoso en el tratamiento siempre estás más cerca del personaje”. “En los bares que retratamos”, añade Álvarez, “sí encuentras estereotipos, pero no hay poses”.

Los bares españoles son más baratos, más normales, más simpáticos y menos engolados, pero desaparecen

A pocos metros, Joaquín se toma una caña con su tapa de anchoas en la bodega Rivas, en la calle de La Palma. Él ha estado en la calle desde crío, y los bares son, dice, su “hábitat natural” siempre que no está en su trabajo, en un ministerio. Resume: “El bareto es uno de los centros neurálgicos de la vida de un barrio, y el barrio que lo pierde, pierde el nervio. Es ese sitio donde parece que no pasa nada y está pasando todo. Es como el mercado. Es trágico que desaparezcan las tascas, porque ahí era donde se movía el cotarro. Ahí era donde los chavales se juntaban, y los viejos también, donde se discutían los proyectos y salían las ideas. No hay nada más intergeneracional ni más interdisciplinar que un buen bar de barrio”.

¿Cómo se llamaba aquel de…?

Su compañero Chemita, barrendero, lo mira escéptico. Él sólo tiene una cosa que decir: “a los bares les está pasando lo mismo que antes a los futbolines, los billares, las tragaperras y los ultramarinos. Todo lo bueno te lo quitan. Es una mierda”.

Después se enzarzan en una enumeración de locales caídos en combate en los últimos años. “El Corripio de Fuencarral, el Rincón, en Malasaña, el Plaza, en San Ildefonso, la Asociación... ¿Cómo se llamaba aquel de…?”.

En cuanto a la crisis económica, por supuesto los bares ‘españoles’ no se libran. Recientemente, el presidente de la patronal FEHR, José María Rubio llamaba la atención sobre el fuerte impacto de la prohibición de fumar en el gremio y la bajada de hasta un cincuenta por ciento del volumen de negocio.

Antes, en los bares había camareros profesionales, ahora es alguien que está allí mientras encuentra algo mejor

Raúl, uno de los dos hermanos que atienden la barra de Casa Antonio, en la calle Quiñones, dibuja un panorama distinto, y para él la prohibición de fumar tiene poco que ver: “La cosa ha bajado mucho, pero ha sido en el último año, hasta entonces la crisis no la habíamos notado”. Su local, que luce orgulloso un letrero en azulejo de “casa fundada en 1964”, pone los menús más económicos –y de los mejores– de la zona de Conde Duque. “Antes el trabajo era más constante”, explica, “ahora un día pones treinta menús y al siguiente cinco”. Los problemas son variados: las franquicias hacen su agosto (“la de 100 montaditos llena cada local que abre”), las terrazas se llevan gran parte del negocio, y además, explica Raúl, el criterio del personal es voluble: “La gente se va a la Cava Baja y no le importa pagar dos pavos por una cerveza que tiran fatal y un trozo de chorizo revenido, pero aquí se te exige que la pongas a uno veinte y con tapa buena”. Además, dice, la calidad en el servicio se ha resentido, y un parroquiano que interviene en la conversación le apoya: “antes en los bares había camareros profesionales, gente que sabía tratar al cliente y que estaba relativamente bien pagada. Ahora un camarero es alguien que cobra setecientos euros y está allí mientras no encuentra nada mejor. ¿Qué quieres? ¿Qué te sonría? ¿Que te trate bien y te ponga una tapa estupenda?”.

¿Bares nuevos o como los de siempre?

No muy lejos de allí se toma un vermú Carlos, conductor de autobuses y habitual de una pequeña tasca que dista apenas unos metros de su casa. “Me gusta que me conozcan, esto es una extensión de mi salón”, comenta. Para él, lo esencial en este tipo de bares es “un arraigo familiar que acaba transmitiéndose a la gente”, pero sostiene que, en contra de la idea general, los bares ‘españoles’ son cualquier cosa menos elementos congelados en el tiempo: “a mi me da la impresión contraria. Creo que –dentro de sus capacidades- los que aguantan en el centro es porque han sabido reciclarse, cambiar y adaptarse. Nadie que no cambie permanece. Y pone como ejemplo uno de los locales que aparecen en el documental de Muñoz y Álvarez, el archiconocido Bar Palentino. “Muchos han intentado dar ese paso que dio el Palentino y ser no solo el bar de toda la vida sino una especie de after cañí donde para la intelectualidad canalla, ¿no? Pero lo han conseguido muy pocos”. Quizá sea por cosas tan sencillas como las que cita su dueño en el documental: cuidar los precios y el trato.

Yo tengo confianza en la crisis. Habrá que volver a las bases de las cosas. Hace falta una purificaciónPara Joaquín, optimista, “nada se acaba mientras esté la gente, y además yo tengo confianza en la crisis. Habrá que volver a las bases de las cosas. Hace falta una purificación”. Es, además, condescendiente con los jóvenes que montan bares “más de diseño”: “hay gente muy válida, y es normal que los bares nuevos no sean como los de siempre. Sería un absurdo”. A Raúl, sin embargo, le parece suicida empeñarse en la hostelería tal y como sopla el viento: “o tienen demasiado dinero o demasiadas ganas de gastarlo en nada, o las dos cosas. Tengo unos amigos que montaron un restaurante aquí cerca; pillaron un traspaso de 12 millones de pesetas y pagaban un alquiler de 2700 euros y ha terminado trabajando en otra cosa para mantener ese alquiler, con el bar cerrado, mientras encontraban a alguien para traspasarlo otra vez”. 

Apurando una segunda cerveza, Ivar Muñoz resume el problema de Madrid y sus bares citando a su hermana: “ella dice que en Madrid tenemos un conflicto con nuestra identidad y que nunca ha habido un marketing claro de ciudad”. Puede ser, asentimos. “Eso sí”, concluye luego, “es difícil no pasárselo bien”.

¿Ha muerto el bar español? ¿Existe algo llamado la maldición del plato cuadrado? La respuesta es clara: no y sí. El “bar español”, la tasca de siempre, el “Bar Pepe” en sus diversas encarnaciones, permanece, pero Madrid y muchas otras ciudades españolas han visto como ese sempiterno y entrañable tugurio desaparecía a marchas forzadas del centro y los barrios de moda. Ha sido suplantado por taperías de diseño, bares de cocktails, hamburgueserías chic, dinners o -para más inri- franquicias industriales dedicadas a fingir la autenticidad a la que ponen fin. Cualquiera con un pie en la calle sabe que eso es así, y sin embargo han tenido que venir dos jóvenes madrileños –Ivar Muñoz y David Álvarez- para sintetizar la situación en un mini documental de poco más de siete minutos, grabado contrarreloj con la pericia de quien conoce los resortes técnicos. La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado es, en su asumida modestia, la necesaria voz que canta el fin de una era. Un viaje somero y emotivo –en su honestidad y su lógica austeridad– a un modo de vida en aparente extinción.