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Los mineros, llegando a Madrid: "No volveremos sin una solución"
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24 HORAS EN LA MARCHA NEGRA

Los mineros, llegando a Madrid: "No volveremos sin una solución"

Caminan seis kilómetros cada hora con paso firme y alzan el puño cerrado cada vez que un camión, cientos al día, les pita para animarlos desde

Caminan seis kilómetros cada hora con paso firme y alzan el puño cerrado cada vez que un camión, cientos al día, les pita para animarlos desde la carretera contigua, la autovía A-2. El paso de los 60 mineros que salieron hace dieciséis días de Andorra (Teruel) se vive en cada pueblo como una auténtica heroicidad. Y se celebra su lucha, pese a que las prejubilaciones y las subvenciones que ha recibido eternamente el sector han deteriorado bastante su imagen. El jueves completaron una etapa de 25 kilómetros entre Ledanca y Torija (Guadalajara) en menos de cinco horas, con el espíritu intacto. Mantienen la esperanza de lograr algún acuerdo antes de llegar a Madrid el martes, donde se unirán con sus “hermanos” de León y Asturias para clamar por su futuro.

En lo humano aparentan ser hombres bastos, rudos. Pero los mineros llevan impresa una disciplina que les hace ser hombres educados que guardan el turno, que comparten lo que sea, que ofrecen sitio, las mujeres y los niños siempre primero. En la marcha a pie que les conduce hasta Madrid, los tiempos en cada jornada están muy medidos, como para compensar. Porque es lo único que pueden decidir. Y la incertidumbre sobre qué pasará el miércoles pesa en el ánimo.

Cada noche, duermen embutidos en sacos, acampados allí donde les quieran acoger: un polideportivo, una nave industrial o una peña al descubierto. Siempre junto a sus mochilas. Al fondo,les velan las banderas. Los últimos ronquidos se escuchan cuando los más madrugadores murmuran, con el cigarro ya en la boca, que a las siete llega el desayuno: café, leche y pastas para todos.

Antes de la hora prevista, las siete y media, salen de Ledanca. Visten camisetas con un eslogan tan negro como su futuro: “Quieren acabar con todo”. Sus cascos son los muros de una red social portátil repleta de mensajes a rotulador para padres, hermanos, hijas. Recuerdos de todo tipo, siempre visibles, siempre los mismos: la familia. Conforme la marcha avanza va cogiendo un ritmo vivo. Se para tres veces en todo el recorrido: dos para repostar rápido, y una para el bocadillo. Media hora. Un cohete que tira El Lino avisa de que la marcha continúa. Y otra vez a andar. En cada conversación siempre aparecen ellas, las esposas, las hermanas y las madres, su pilar fundamental. Las que los acompañan a cada paso, las que los cuidan, las que nunca los dejan solos, las que los esperan en el pueblo. Todas viajarán en autobús hasta Madrid, donde algunos apuntan que su llegada puede ser polémica. 

Los jóvenes son los más afectados

“Ellas tienen más cojones que nosotros”, sentencia El Roki, jubilado andorrano que vuelve al pueblo cada dos días. “Para que el huerto no se me sofoque”, dice. Luego regresa en cuanto puede para inyectar adrenalina a la cabeza de la columna que camina en pareja de dos y son siempre, los más jóvenes. El Roki tiene que animarlos porque es a ellos, a los nuevos, aunque parezca extraño, a quienes más les duele la fecha de muerte de la minería: el 2018 sentencia la Unión Europea; ya, en 2012, para el ministro José Manuel Soria.

Y al llegar a Madrid el miércoles, ¿qué? “No nos vamos sin una solución”, responde Josete, el más joven de todos. Veintiún años. Él es quien garabatea todas las banderas de Aragón que sus compañeros lucen con figuras de mineros. “A lo mejor me tengo que dedicar a esto a partir de ahora”, bromea.

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En la cola de la marcha caminan prejubilados y jubilados que siempre evitan ponerse en la foto. Los mineros insisten en que su lucha no se limita a mantener los 400 empleos en la provincia de Teruel, unos dos mil en toda España, sino que están ahí por el futuro de sus pueblos que se quedarán sin niños, el relevo de mañana. “Si el abuelo estuviera vivo, seguro que estaría aquí luchando con nosotros”. Otra vez habla El Roki, porque aquí todos se llaman por los apodos y pocos responden a su nombre real. Se refiere a José Antonio Labordeta, padrino de la causa minera a quien respetan tanto como a sus antepasados, casi todos los padres, muchos de los abuelos, todos los que lucharon por el carbón. “Por nuestros derechos”, claman.

Los manifestantes saben que las minas no van a durar para siempre, pero se resisten a que el cierre se haga drásticamente y sin una estrategia de reconversión. No les vale un criterio de rentabilidad económica unilateral (“Rajoy quiere que nosotros paguemos la crisis”) sin valorar el coste social: la muerte de las cuencas mineras. Por eso hace dos semanas, cuando nadie les daba una solución, decidieron iniciar una marcha negra en solitario y sin hacer ruido, alejados de los incidentes de Asturias, al margen de los políticos. “Hasta que alguien arregle esto”.

¿Dónde están las millonarias subvenciones que las empresas mineras recibieron durante estos años? Malas gestiones, torpezas políticas, intereses económicos. Buenas prejubilaciones, también. Pero “ni un duro” para reconvertir el sector y crear nuevos puestos de trabajo para los jóvenes. “Que busquen en Motorland, en la estación de esquí de Valdelinares, en Dinópolis, que pregunten a los dirigentes de la Diputación General de Aragón dónde echaron todo el dinero”, desafía más de un minero. Les duele ser ellos, los trabajadores de pico y pala, los que paguen los platos rotos del mal gobierno de sus gestores. 

Los mineros son también gente sentida. Se emociona al hablar constantemente de los prejubilados de la Marcha Negra del 92. De los que quedan, porque muchos ya no están, como el padre del Garrido, que hace unos días enterró a un amigo, “el último que le quedaba de la mina”. El letrero de la localidad alcarreña de Torija se vislumbra pasado el mediodía. Quedan 73 kilómetros para llegar a Madrid. En la plaza del pueblo, antes de que la alcaldesa les reciba con un baile y les ubique en el polideportivo que le servirá para comer y dormir esa noche, los sesenta mineros turolenses se desgañitan al entonar el Santa Bárbara Bendita, patrón de los mineros, otra vez todos con el puño cerrado en alto. “Traigo la camisa roja, tralaralará, laralá”.  Como si esperaran un milagro.

'Así es un día con los hombres del carbón'. Vea cómo viven los mineros un día en su marcha hacia Madrid

Caminan seis kilómetros cada hora con paso firme y alzan el puño cerrado cada vez que un camión, cientos al día, les pita para animarlos desde la carretera contigua, la autovía A-2. El paso de los 60 mineros que salieron hace dieciséis días de Andorra (Teruel) se vive en cada pueblo como una auténtica heroicidad. Y se celebra su lucha, pese a que las prejubilaciones y las subvenciones que ha recibido eternamente el sector han deteriorado bastante su imagen. El jueves completaron una etapa de 25 kilómetros entre Ledanca y Torija (Guadalajara) en menos de cinco horas, con el espíritu intacto. Mantienen la esperanza de lograr algún acuerdo antes de llegar a Madrid el martes, donde se unirán con sus “hermanos” de León y Asturias para clamar por su futuro.