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Llamadas a las tres de la mañana: tu vida laboral es tu vida privada
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"LOS NUEVOS HÉROES SON GENTE QUE NO DUERME"

Llamadas a las tres de la mañana: tu vida laboral es tu vida privada

Ángeles siempre recuerda la víspera de su boda como ejemplo y advertencia de lo que vendría después. Viajaba hacia Santander desde Madrid con su futuro marido.

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Llamadas a las tres de la mañana: tu vida laboral es tu vida privada

Ángeles siempre recuerda la víspera de su boda como ejemplo y advertencia de lo que vendría después. Viajaba hacia Santander desde Madrid con su futuro marido. Él, un alto ejecutivo, tenía tres días de vacaciones, pero, cuenta ella, “sólo en el viaje en coche tuvo que contestar al menos treinta llamadas de trabajo”. Con el ‘manos libres’ conectado, el trayecto se convirtió en una especie de consultorio económico en el que el resto de viajeros tenían poco que decir. Ahora ella también trabaja doce horas al día –sin contar los niños- y entiende un poco mejor los requerimientos de un mundo laboral en mutación en el que, como describe Remedios Torrijos, socióloga y profesora de Comportamiento Organizacional de IE Business School, “el valor que cada una de las partes aporta se confirma día a día para no contravenir el imperativo fijado por el mercado y el poder del cliente”.

O sigues las leyes del mercado o…

Una exigencia que ha hecho que la separación entre vida privada y pública se difumine. A Ángeles le sigue costando asumirlo. Su marido, Marcos, acostumbrado, lo ve con otros ojos. “Que vas a estar disponible es algo que ya das por supuesto a determinados niveles”, afirma. “De hecho creo que algunos, casi todos, somos ‘workaholics’. Crea adicción”. “A mí lo que me cuesta, sin embargo, es el exceso de ‘equipo’”, comenta. “No me importa que mi trabajo invada hasta cierto punto mi vida, porque lo siento como parte de mi vida, pero intento que los pocos momentos privados los pueda dedicar a pasear con mi mujer, o lo que sea, sin tener que hacer pandillita, aunque eso sea algo que también se fomenta desde la empresa”.

Las empresas se han hecho huecas: han perdido en 20 años la mitad de su estructura

Son algunas de las paradojas en las que se ven sumidos los figuras de hoy en día. Si en la primera mitad del siglo XX el control férreo de la empresa afectaba principalmente al trabajador base, ahora todo el mundo parece obsesionado con la “gestión del talento” y la fidelización del empleado de élite. Un trabajador más flexible y más capaz de tomar sus propias decisiones que nunca y por todo ello, contradictoriamente, más expuesto que nunca al control. Son las ironías del autoliderazgo que describe con claridad Torrijos. “Continuamente se invoca el ser de la persona, aunque al final lo que se está demostrando es que no se toma en consideración ni mínimamente: las relaciones laborales duran lo que dura la capacidad de dar resultados, ¿puede haber una visión más mercantilista de la persona?”. Antes, explica, había una interdependencia con los jefes y con la organización, que ahora se ha desviado hacia el mercado y el cliente, que son quienes mandan. “La tipología ideal hoy es la persona totalmente móvil que sin tomar en consideración los vínculos y las condiciones sociales de su existencia y de su identidad, se convierte en sí misma en una fuerza de trabajo fungible, flexible, con espíritu de competencia y rendimiento, que vuela y se muda de aquí para allá”. Para Torrijos, “el comportamiento de los que trabajan está sometido a las leyes del mercado, unas leyes que no toman en consideración la vida privada. Quien no sigue estas leyes, se arriesga a perder su puesto de trabajo, sus ingresos y su categoría social”.

La convivencia total en el trabajo

“Las organizaciones”, continúa Torrijos, citando a Anthony Giddens, “se convierten en instituciones huecas: han perdido el 50% de su estructura en los últimos 20 años, y están creando relaciones de servicios con los profesionales, proveedores y clientes atendiendo al valor que cada una de las partes puede proporcionarle. Es la empresa delgada, flexible y libre de grasa”.  “Se trata”, concluye Torrijos, “de ser el primero y ser diferente, por eso se valora la innovación y la acción: los nuevos héroes son maratonianos, gente que parece no dormir”.

Empowerment puede traducirse como dale poder al borrico para que siga en la rueda

Y en efecto, algunos no duermen, literalmente. Alfredo es uno de esos maratonianos, pero no por vocación. Trabaja en consultoría, con un cargo medio, y afirma que las empresas no tratan de interferir en la vida personal del trabajador, “simplemente se convierten en tu vida personal. Son tu familia porque casi no hay barreras de edad, de vestimenta, físicas y porque pasas entre doce y catorce horas al día con ellos, más aún desde la llegada del chat. En los perfiles medios el intento está en hacerte pensar que formas parte de las decisiones, y eso degenera en una convivencia total con el trabajo”. Por tanto, para él “no hay vida que controlar. Todo se basa en una palabra: ‘empowerment’. Es una especie de ‘dale poder al borrico’ pero que siga en la rueda pensando que la harina es suya porque ahora sabe que la hace él”.

El mejor y el peor de los tiempos

Una visión algo más positiva es la que aporta Juan Carlos Cubeiro, Presidente de Eurotalent, consultor y escritor, que afirma que, como ya dejó dicho Dickens para los restos, “Estamos en el mejor y el peor de los tiempos”. “Es una época dual en la que nos encontramos con ejemplos ganadores y perdedores. Las empresas ganadoras son las que son capaces de fidelizar (que no retener) ese talento, creando emociones positivas. Se habla de optimizar la vida. Los perdedores, en cambio, tratan de controlar, pero el talento es muy dinámico, cuanto más control, menos conexión, más absentismo, más muertos vivientes”

Recuerda, además, que según las estadísticas, sólo un diez por ciento del talento es aprovechado realmente en las empresas, y que “está comprobado que el empleado feliz es tres veces más productivo”. “Aunque se hable mucho del talento no se le define bien. No es sólo estudios y títulos, sino también aptitud, actitud y compromiso, lo cual no se puede gestionar desde el miedo al futuro”.

Llamadas a las tres de la mañana

Victoria, que ha trabajado en alta dirección, apunta a otro elemento igualmente ambiguo por su capacidad de liberación y de esclavización: la tecnología. Para ella, “ahora el ejecutivo se esclaviza a sí mismo porque no hay otra manera. No delega nada para intentar hacerse imprescindible y no perder poder, con lo que tiene que trabajar 24 horas. En ese ámbito, la tecnología es una forma de esclavizar tanto a jefes como a subordinados que les obliga a estar conectados todo el día, disponibles a cualquier hora”.

Estamos entrando en una era donde el talento es más importante que el capitalTorrijos coincide en parte: “Muchos directivos trabajan en red con numerosas personas de todo el mundo a través de modernos sistemas de comunicación. Eso significa que mientras unos están terminando su trabajo, otros se están levantando para empezar, y mientras tanto, se convocan reuniones, se hacen pedidos y se toman decisiones. Con lo cual te pueden llamar a las tres de la mañana”. En esta red de profesionales se trata de buscar alianzas, compromisos y cumplir con los objetivos. “Reportan a jefes ubicados en otros países, y tratan de obtener un resultado igual al sumatorio de las partes y no de un trabajo de equipo. Esto es una forma muy práctica de trabajar, pero no es un equipo”.

En definitiva, el mejor de los tiempos para unos, como Cubeiro, que afirma que “estamos entrando en la era del talento, en un momento en que el talento es ya más importante que el capital”, y el peor para otros, como Alfredo, que opina que “eres libre, en efecto: libre de decidir cómo vas a esclavizarte”. A Ángeles, por su parte, después de la jornada de trabajo y mientras su marido despacha a teléfono sacado en otra habitación, aún le queda la brega con los niños. Y esos no son flexibles, diga lo que diga el mercado.  

Ángeles siempre recuerda la víspera de su boda como ejemplo y advertencia de lo que vendría después. Viajaba hacia Santander desde Madrid con su futuro marido. Él, un alto ejecutivo, tenía tres días de vacaciones, pero, cuenta ella, “sólo en el viaje en coche tuvo que contestar al menos treinta llamadas de trabajo”. Con el ‘manos libres’ conectado, el trayecto se convirtió en una especie de consultorio económico en el que el resto de viajeros tenían poco que decir. Ahora ella también trabaja doce horas al día –sin contar los niños- y entiende un poco mejor los requerimientos de un mundo laboral en mutación en el que, como describe Remedios Torrijos, socióloga y profesora de Comportamiento Organizacional de IE Business School, “el valor que cada una de las partes aporta se confirma día a día para no contravenir el imperativo fijado por el mercado y el poder del cliente”.