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Horario flexible, mente flexible: los chinos arrasan
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MONOPOLIZAN EL PEQUEÑO COMERCIO EN MADRID

Horario flexible, mente flexible: los chinos arrasan

En 2002 un jefe de Policía de Madrid definió a la comunidad china de la capital en una conferencia ante cuarenta periodistas en ciernes con las

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Horario flexible, mente flexible: los chinos arrasan

En 2002 un jefe de Policía de Madrid definió a la comunidad china de la capital en una conferencia ante cuarenta periodistas en ciernes con las siguientes palabras: “No nos dan problemas, se extorsionan entre ellos”. Han llovido dos lustros desde entonces, pero la esencia de la visión española sobre “los chinos” sigue contenida en el apreciativo desdén de aquella frase. Es en parte esa opacidad, ese mantenerse al margen y no comunicarnos sus problemas, lo que nos hace apreciarlos y respetarlos. Por lo demás, apenas conocemos algo más que lo evidente: su prosperidad, su entrega al trabajo y un cerrado concepto de la comunidad que lentamente se va abriendo de la mano de segundas y terceras generaciones ya educadas en España y que parecen ofrecer nuevas perspectivas.

Antonia vive en el barrio de Maravillas, en el centro de Madrid y confirma esas constantes –sean suyas o nuestras- en su propia convivencia con esta comunidad asiática: “No dan ni un problema, es verdad que apenas te cuentan nada de lo suyo, pero en la vida de la ciudad a veces eso se agradece. Pocas palabras, un trabajo efectivo y una disposición increible de cara al público”. Porque palabras, es cierto, gastan pocas, pero sondear al cliente es su especialidad. “Un día”, recuerda Antonia, “entré en un bazar de aquí al lado y pregunté si por casualidad tenían cinta de pintor. No sabían ni lo que era y me preguntaron. Se lo expliqué como pude a la dependienta, porque hablaba español bastante mal. Una semana después entré a por alguna otra cosa y ya habían incorporado el producto”.

No es la única vez que la han sorprendido últimamente; en la plaza de San Ildefonso, junto a su casa, varios ciudadanos chinos han tomado el mando de un antiguo supermercado SPAR desmantelado. En su curioso afán mimético (o ahorrativo) no se han molestado, ni en eliminar el antiguo cartel. En ese nuevo negocio, comenta Antonia, “las compras de más de diez euros te las llevan a casa completamente gratis”. Ella lleva usando el servicio dos semanas, y reconoce que “no me extraña que sean los reyes. Los españoles raramente van a hacer algo así, aunque supongo que tendrán que empezar a planteárselo, porque la cosa está muy mal y la pela es la pela. Nadie va a preferir un local español por el hecho de que lo sea, y lo cierto es que aquí nos hemos apalancado mucho. Vas a alguno de los pocos ultramarinos españoles que quedan y no te dan ni las gracias”.

Horario, negocio y mente flexible

Marta Gutiérrez Sastre, profesora de sociología de la universidad de Salamanca, apunta a la palabra clave que define este funcionamiento: “flexibilidad”. Horario flexible, negocio flexible, mente flexible. Todos los negocios chinos tienen una capacidad de diversificación que es baza ganadora. Es esa flexibilidad la que les permite adoptar con naturalidad elementos, como el llevar las compras a casa, que nos parecen típicos de las grandes superficies como el Corte Inglés quizá sólo porque, como apunta Adrián, un vecino de Antonia, hemos olvidado el pasado demasiado rápido. “Aquí parece que nadie vivió la devolución de cascos ni a los chavales haciendo recados por las puertas. Parece que todos fuimos siempre señoritos”, dice, “cuando esto de lo que hablamos se hizo siempre cuando había que hacerlo para vivir. Siempre. Eso sí que debería ser una memoria histórica obligada”.

La población china en Madrid no llega a los 50.000

En todo caso, las estadísticas dan la razón a los orientales. La principal modalidad de contrato en la comunidad china es el contrato indefinido, con 58,5% del total (datos de la Comunidad de Madrid de 2009), siendo el colectivo extranjero con mayor porcentaje de ese tipo de contrato y con el menor índice de temporalidad. La mayor parte de estos contratos, por supuesto, pertenecen al sector servicios (un 82%). Los chinos monopolizan el pequeño comercio de alimentación pese a que su población total en Madrid no llega a las 50.000 personas.

Lejos del centro, en el barrio de Villaverde, Javier, un español de 33 años, comenta otro ejemplo que roza el chascarrillo si no fuese porque revela esa capacidad de adaptación fuera de lo común. “La china de abajo”, dice, “que es una mujer menuda y muy simpática, joven y con un bebé de un año, lleva su tienda de alimentación con mano de hierro, la tía. Les hace cuentas a los quinquis y a los borrachines de aquí del barrio, les deja apuntar los litros de cerveza y tal, pero hasta un montante determinado. Después les exige el pago, y cuando no tienen, no hay problema, los pone a trabajar”.

Juan se ríe recordando como los inadaptados de turno son ocupados en las tareas más diversas. “A unos los pone a descargar furgonetas, a otros de vigilantes y al de más allá de dependiente. A veces te los encuentras moviendo el carrito del niño. Lo que haya que hacer”.

"Los chinos tienen una percepción mucho más clara del negocio”

Parece ser que el sector chino, renuente a “integrarse en el mercado de trabajo nacional”, como recuerda Gutiérrez Sastre, no lo es tanto a la hora de usar mano de obra autóctona. Aviso para navegantes. “Para ellos sobrevivir es un trabajo comunal y su red de apoyos es muy amplia y muy segura e incluye prácticamente a toda la comunidad”, comenta la socióloga, que afirma que poseen un conocimiento muy claro de sus objetivos y un código vital que orbita en torno a la familia y el trabajo: “El trabajo es su manera de pertenecer”.

Los chinos son muy disciplinados, no crean ningún problema

Ante la pregunta de si hay un hecho diferencial aparte de la necesidad, de si existe una diferencia real entre esta comunidad y otros grupos migratorios de antaño -pongamos los gallegos en suiza en los años sesenta o en argentina en los veinte- Gutierrez Sastre duda, pero concluye -arriesgándose a ganarse la antipatía de todas las casas gallegas y asturianas del orbe- que considera que la Comunidad China tiene, en comparación con otras, “una percepción mucho más clara del negocio, del trabajo y del rendimiento”, y que su pasado comunista es sólo eso, un pasado “difuminado” por completo.

“Son una cultura fuerte”, afirma, “y eso se nota en muchas cosas. Por ejemplo, se sitúan bien en el sistema educativo. Son alumnos muy disciplinados, que no crean problema alguno y que pueden destacar y lo hacen, en cuanto controlan el idioma. Eso viene, evidentemente, de que en su sociedad, la enseñanza es un valor que se ha transmitido como tal y existe una exigencia a ese respecto”. De nuevo, igual que en el ámbito delictivo y en el comercial, el educativo refleja esa capacidad de trabajo, de adaptación y de “no crear problemas”, que como bien saben comisarios, profesores y sociólogos, “no es común a todas los grupos de inmigrantes”.

¿Gozan los chinos de cierta impunidad?

Antonio, abogado de 30 años, es algo más esceptico con respecto al “milagro” chino. “Lo que sucede es que lo que para nosotros han sido conquistas sociales ellos ni lo contemplan, y claro, a la gente le gusta que trabajen como esclavos, aunque ellos no lo harían jamás, pero sólo les gusta hasta que empiezan a pisarles el callo y a quitarles el trabajo. Eso puede ser un punto de fricción ahora que la crisis se ha desatado”.

También apunta que “a menudo rozan la ilegalidad”, y pone el ejemplo de un piso cercano, habitado por asiáticos y que, dice, “se usa para todo menos para dormir, es un almacén de todo tipo de bebidas y alimentos y hasta un horno de pan. Y se hace la vista gorda. A un empresario español que hiciese eso ya le habrían metido un puro hace tiempo, esa es la verdad”.

Lo cierto es que el movimiento inverso se está dando también, y la comunidad china empieza a exigir determinados derechos y a luchar de manera pública por ellos, como se vio en noviembre de 2011 cuando, en un inusitado acto de visibilidad, 300 comerciantes chinos se manifestaron por primera vez en Madrid -en la plaza de Cibeles- para pedir que el ayuntamiento les concediese la llamada “segunda licencia” que permite la venta de cerveza y vino en los pequeños locales de alimentación. “Supongo que lentamente se irán pareciendo más a nosotros”, reflexiona Javier.

“De hecho las nuevas generaciones, que hablan español y están poniendo tiendas de ropa y cogiendo bares, lo llevan todo de una manera relativamente parecida a la nuestra, prefieren no cambiar lo que nos gusta, y eso es inteligente. A la larga terminarán por no distinguirse tanto de nosotros. Aunque no se si eso es bueno o malo, la verdad”.

En 2002 un jefe de Policía de Madrid definió a la comunidad china de la capital en una conferencia ante cuarenta periodistas en ciernes con las siguientes palabras: “No nos dan problemas, se extorsionan entre ellos”. Han llovido dos lustros desde entonces, pero la esencia de la visión española sobre “los chinos” sigue contenida en el apreciativo desdén de aquella frase. Es en parte esa opacidad, ese mantenerse al margen y no comunicarnos sus problemas, lo que nos hace apreciarlos y respetarlos. Por lo demás, apenas conocemos algo más que lo evidente: su prosperidad, su entrega al trabajo y un cerrado concepto de la comunidad que lentamente se va abriendo de la mano de segundas y terceras generaciones ya educadas en España y que parecen ofrecer nuevas perspectivas.