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Las peores excusas que nos inventamos para no pagar la lotería compartida
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"SI no me comprAs un móvil, no te doy la pasta"

Las peores excusas que nos inventamos para no pagar la lotería compartida

Los eslóganes de la Lotería afirman que “lo mejor de los sueños es poder compartirlos”, pero parece que hay quienes no terminan de estar del todo de acuerdo

Foto: Uno de los agraciados con el quinto premio muestra su décimo en Sitges. (Efe/Jaume Sellart)
Uno de los agraciados con el quinto premio muestra su décimo en Sitges. (Efe/Jaume Sellart)

Narciso aún se encoleriza cuando recuerda cómo acabó la cosa: jugaba siempreel mismo número de lotería con un amigo y aquella semana se había retrasado en el pago por alguna razón trivial: Tocó. Seis millones de entonces. Cuando se pasó a solucionarlo, el otro hizo oídos sordos. El compañero tenía el décimo y los premios de lotería en España son pagaderos al portador. “El muy desgraciado va y me dice que no me lo da”, grita en el bar donde cada díacome el menú en la hora libre. “Me obligó a comprarle un móvil”, cuenta, “uno de esos muy buenos. Me dijo que o le compraba el móvil o no me daba mi parte, y se lo tuve que comprar”. Nadie en el bar comprende, a decir verdad, por qué el “traidor” no se quedó directamente con todo el premio en lugar de ceder finalmente la mitad a cambio de un teléfono, pero eso no evita la ira de Narciso: “Te lo juro que cada mañana desearía que le estallara el teléfono en la cara para que se tuviera que gastar su parte en arreglársela. Éramos amigos”.

Es sólo un ejemplo, y no de los peores, de esa posibilidad que todo jugador de lotería debe prevenir, y más en estas fechas. Si el juego compartido es una constante durante todo el año, en las fiestas de navidad alcanza más de un setenta por ciento del total. Los eslóganes de la organización nacional de loterías afirman que “lo mejor de los sueños es poder compartirlos” y otras cosas por el estilo, pero parece que hay quienes no terminan de estar del todo de acuerdo.

“Estas personas son poco solidarias cuando les toca la lotería”, explica José Elias, psicólogo, refiriéndose a quienes se niegan a pagar. “Considera que ese premio le pertenece y busca argumentos que amparen esa idea. Somos egoístas y ahí se manifiesta un tipo de egoísmo que incumple la norma social”. Por supuesto, el infractor de la norma no suele estar solo. “No falta casi nunca quien, desde su propio entorno, le da consejos sobre cómo salirse con la suya”. Para Elías, el entorno es fundamental en un país en el que, dice, “si hubiese un político honesto su misma gente lo echaría”.

Uno de los mejores y más habituales regalos

Las excusas empleadas por los que se niegan a pagar son muy variadas. El psicólogo las enumera: “Unos echan en cara al otro que no había pagado su parte correspondiente a tiempo, otros intentan convencerse de que en su lugar el amigo hubiese hecho lo mismo y otros escarban en busca de momentos de la relación en los que el ‘socio’ no se ha comportado lealmente para pensar que está en el derecho de hacer lo mismo”.

Curiosamente, una vez que el que se niega a pagar encuentra una excusa, como confirma Elías, “no tiene remordimientos”. Afirma el psicólogo que no podemos sustraernos al influjo de nuestro ‘inconsciente colectivo cultural’ y que “como los latinos somos pillos, buscamos una forma ladina de quitarle algo al otro”.

Desde el mundo de la empresa, José Antonio Sainz, Director General de Eurotalent, aborda la situación con talante positivo y afirma que compartir lotería es “un elemento de búsqueda común de efectos beneficiosos para el grupo”, y que constituye en sí mismo “un rasgo identitario”. Como tal, no se da sólo en la familia: “hay muchas empresas grandes que juegan un número, e incluso sindicatos, como por ejemplo, la sección de UGT del BBVA, que lleva más de veinticinco años haciéndolo continuadamente”. Son dinámicas, pues, de largo recorrido, no ocasionales, sino con una cierta tendencia a permanecer en el tiempo y que, dice, “refrescan la cohesión” y “permiten la ampliación del núcleo de amistades y conocimientos de la persona, siendo un método de márketing” de ese tipo de agrupaciones.

'Gordos' que vuelan

Al calor de esa cohesión/ilusión que impregna las fiestas, puede pasar incluso que una amistad surja como una breve llama al calor de un tren, y el gordo se largue en dirección desconocida mientras uno vuelve a casa por Navidad. Así le sucedió al abuelo de Elena, una madrileña de 35 años y orígenes sureños: el hombre, ya fallecido, volvía a su pueblo y llevaba su décimo de Navidad en el bolsillo. En el tren de regreso trabó conversación con otro viajero, y la conversación se animó durante las largas horas de traqueteo. Tan bien se cayeron que decidieron, como una especie de símbolo de naciente amistad, intercambiar sus décimos. El gordo tocó en el billete que se alejaba de Mauricio, y cuyo número sí recordaba. Nunca supo nada más de su compañero de viaje, cuya dirección no llegó a pedir.

Meterse en compromisos

En cuanto al problema concreto de los décimos o números compartidos entre iguales, afirma que el problema es que el que sueña y compra a medias “trabaja sobre futuros de una manera muy peculiar, concediendo partes, comprometiéndose, repartiendo, asignando...” antes de que le haya tocado nada y sobre un total que, de materializarse, no es todo suyo. “Si te metes en compromisos sobre un premio de 400.000 € del que sólo te corresponde la mitad, claro, cuando te toca es probable que no estés en condiciones de asumir todos esos compromisos”.

Cita Sainz a Bienvenido Mr. Marshall, el clásico de Berlanga, como ejemplo de ese sueño colectivo y opiáceo en el que todo el mundo hace cola para poder hacer su petición al Dios. Allí el Dios eran los americanos. Aquí la Fortuna (aunque como apunta Sainz, “raramente conocemos a alguien de nuestro entorno a quien le haya tocado”), en la que se pone ciegamente toda la esperanza que el año nos ha dejado intacta. Elías concluye que somos honestos por naturaleza, pero ante una situación extrema como es un premio, es muy difícil saber lo que haría una persona en concreto. O uno mismo. Son cosas que no sabemos hasta que no tenemos que reaccionar en situaciones límite”.

Narciso aún se encoleriza cuando recuerda cómo acabó la cosa: jugaba siempreel mismo número de lotería con un amigo y aquella semana se había retrasado en el pago por alguna razón trivial: Tocó. Seis millones de entonces. Cuando se pasó a solucionarlo, el otro hizo oídos sordos. El compañero tenía el décimo y los premios de lotería en España son pagaderos al portador. “El muy desgraciado va y me dice que no me lo da”, grita en el bar donde cada díacome el menú en la hora libre. “Me obligó a comprarle un móvil”, cuenta, “uno de esos muy buenos. Me dijo que o le compraba el móvil o no me daba mi parte, y se lo tuve que comprar”. Nadie en el bar comprende, a decir verdad, por qué el “traidor” no se quedó directamente con todo el premio en lugar de ceder finalmente la mitad a cambio de un teléfono, pero eso no evita la ira de Narciso: “Te lo juro que cada mañana desearía que le estallara el teléfono en la cara para que se tuviera que gastar su parte en arreglársela. Éramos amigos”.

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