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De amigos para siempre a una vida sin amigos
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LAS PRIMERAS RELACIONES PARECEN TAN ETERNAS COMO TRANSITORIAS LAS DE NUESTRA MADUREZ

De amigos para siempre a una vida sin amigos

La amistad es saludable, y no sólo porque nos beneficie socialmente o nos sirva de respaldo emocional en momentos críticos, sino porque como muestran estudios como

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De amigos para siempre a una vida sin amigos

La amistad es saludable, y no sólo porque nos beneficie socialmente o nos sirva de respaldo emocional en momentos críticos, sino porque como muestran estudios como el realizado recientemente en el Centre of Ageing Studies de la Universidad de Flinders, prolonga la esperanza de vida, alivia dolores crónicos y retrasa el Alzheimer. Sin embargo, nos encontramos cada vez con más problemas a la hora de conservar nuestras amistades, algo que no ocurría en nuestra infancia y adolescencia. ¿Por qué, en ocasiones, nos resulta más sencillo mantener el contacto con nuestros viejos amigos que conservar los nuevos si tenemos mucho más en común con estos últimos?

Jaume Guinot Zamorano mantiene que la antigua camaradería "se mantendrá de manera real siempre que algo nos una con aquella persona, como son los recuerdos y anécdotas del pasado, pero no será una amistad válida en nuestro presente. Sabemos que las relaciones en la edad adulta tendrán una duración determinada y tendrán que ver con las aficiones compartidas o la pertenencia a un mismo mundo, ya sea un club de fútbol, un grupo de padres del colegio o los amigotes de un bar". No se trata tanto de que las relaciones establecidas en la infancia sean ideales, sino de que la amistad adulta goza de unas características muy distintas.

Al mismo tiempo, solemos partir de una concepción errónea de las relaciones afectivas, que es pensar que sólo existe una manera de llevarlas a cabo: la nuestra. El concepto de amistad es mucho más variable de lo que pensamos. Como otros tantos sentimientos, qué entendemos como tal depende ampliamente del contexto cultural en el que nos desenvolvamos, al igual que de nuestra situación personal, edad, sexo o necesidades. James O. Grunebaum defiende en su libro Friendship. Liberty, equality and utility que lo que define cada amistad es su objetivo, su naturaleza y su base, es decir, qué buscamos en la misma, con qué fin y qué entendemos como tal. Si ambos amigos no comparten las mismas ideas sobre lo que esperan del otro, es probable que su relación no llegue a buen puerto.

David Konstan detalla en Friendship in the Classical World cómo se formó el concepto de amistad en el mundo occidental y señala que probablemente su primera manifestación canónica sea la relación de Aquiles y Patroclo en la Ilíada. En la Grecia Antigua comienza a perfilarse dicha noción tal y como la conocemos hoy en día, al diferenciarse de la de compañero o conciudadano. El entorno se impone, el amigo se elige y, por lo tanto, tan rápido podemos establecer una nueva relación como poner fin a otra a la que ya hemos exprimido todo su jugo, una constante habitual en el mundo contemporáneo. Si la concepción de amistad ha evolucionado a lo largo del tiempo, lo mismo ocurre según nos hacemos mayores. No se trata tanto de que hayamos perdido la habilidad de mantener nuestro círculo de amigos, sino de que no concibamos éste de la misma forma a los cinco años que a los quince, o a los treinta que a los sesenta.

Los primeros amigos

La literatura y el cine han dejado constancia de que los lazos que se establecen en la infancia, se sobreponen a cualquier dificultad. De los clásicos libros de Enyd Blyton sobre las aventuras de Los Cinco, a las correrías de la pandilla de Los Goonies, Cuenta conmigo o la reciente Súper 8, pasando por la archiconocida Verano azul, el grupo de amigos de la infancia se ha encontrado invariablemente unido a ese tiempo de inocencia y descubrimiento. En la niñez, nos relacionamos con nuestro entorno inmediato, aceptamos los defectos de nuestros compañeros sin problemas, nos mantenemos fieles a ellos a viento y marea y pensamos que lo haremos por siempre. La pandilla se establece como una segunda familia en la que la implicación emocional del joven, sometido a cambios (biológicos, sociales, afectivos), es mayor que nunca y atravesar dichas etapas junto a otros compañeros genera una unión inquebrantable.

Según crecemos, el tamaño de nuestro entorno y las potencialidades del mismo aumentan. Al no encontrarnos tan determinados por la familia, el colegio o la segunda residencia, las relaciones que establecemos en la edad adulta deberían ser más satisfactorias, ya que las hemos elegido de forma más consciente a partir de una muestra mayor de potenciales candidatos a amigos. Y sin embargo, sentimos que es difícil establecer relaciones tan cercanas como las de aquella edad dorada que fue la infancia. Jaume Guinot Zamorano indica que el origen de la amistad es distinto en la madurez: "mientras que durante la adolescencia creamos cientos de posibles amistades y estos lazos afectivos, pese a su debilidad, se mantienen en el tiempo. En la edad adulta queremos crear vínculos fuertes. Esto minimiza en mucho el número de posibles amistades que creamos, nuestro círculo se reduce y la capacidad de socialización, también. De adultos buscamos más fortaleza, por lo que la exigencia es mayor, reduciendo nuestro círculo".

Dar y recibir

Una de las principales causas que echan a perder amistades es la falta de correspondencia entre lo que ambos miembros de la relación ofrecen y reciben, un complejo balance difícil de equilibrar. Se dice que resulta propio de los niños contentarse con poco y es inusual que un adolescente recrimine a un compañero que su afecto no es correspondido. Por el contrario, según crecemos, capitalizamos más y más nuestras relaciones, de forma que esperamos que las mismas nos aporten rápidos rendimientos. El psicoanalista estonio Ignace Lepp señalaba en Psicoanálisis de la amistad que "el factor que hace imposible la amistad, por lo general, es de orden interior. El otro, en cuanto otro, no interesa al egocéntrico. Éste tiene amigos por las satisfacciones egoístas que le proporciona. Toda divergencia le parece un obstáculo insalvable para su amistad. Cuando necesite al amigo, lo buscará, y cuando lo deje de necesitar, dejará de perseguirlo aunque ahora éste se encuentre solo". Acostumbrados a una visión instrumental de los lazos afectivos, no podremos mantenerlos mientras no dejemos de ver al otro como un objeto a nuestro servicio y aprendamos aquello que decía Aristóteles: "no es noble estar ansioso de recibir favores, por más que igualmente hemos de evitar ser displicentes por rechazarlos".

Señala Jaume Guinot que "los factores para mantener una amistad son la sinceridad, el compromiso a lo largo del tiempo, que el otro sepa que se puede contar contigo, lealtad y ayuda. Si esas condiciones son cumplidas por ambas partes, la amistad será perfecta; si tan solo los cumple un lado, se destruirá". Debemos poner de nuestra parte para mantener aquellas amistades que nos interesan. Si nuestra agenda está tan llena que no podemos hacer un hueco a esas personas que requieren de nosotros, introduzcámoslas en nuestros planes. Si compartimos aficiones, como probablemente sea, pidamos a nuestro amigo que nos acompañe en las mismas. Llamadas no respondidas, citas que se fijan por mero compromiso o ese café pendiente que nunca llega suelen ser las señales más claras de que una amistad está tocando a su fin.

Un nuevo trabajo, un viaje de negocios o un cursillo pueden ser la ocasión propicia para establecer rápidamente nuevas relaciones, pero ¿qué ocurre con aquellos con los que dejamos de compartir espacio laboral o aficiones? Una vez ya no nos vemos obligados a vernos a diario y a compartir objetivos, es sencillo que la relación comience a deteriorarse por el camino del olvido, al mismo tiempo que nuevas amistades y preferencias ocupan su lugar. El estadista e inventor estadounidense Benjamin Franklin aconsejaba: "tómate tiempo en escoger un amigo, pero sé más lento aún en cambiarlo". Frente a la tentación de sustituir los amigos desaparecidos por otros nuevos, hemos de preservar aquellas relaciones pasadas, pues algún día las echaremos de menos. Esas son las claves de la amistad adulta: elección, confianza mutua y, especialmente, compromiso.

La amistad es saludable, y no sólo porque nos beneficie socialmente o nos sirva de respaldo emocional en momentos críticos, sino porque como muestran estudios como el realizado recientemente en el Centre of Ageing Studies de la Universidad de Flinders, prolonga la esperanza de vida, alivia dolores crónicos y retrasa el Alzheimer. Sin embargo, nos encontramos cada vez con más problemas a la hora de conservar nuestras amistades, algo que no ocurría en nuestra infancia y adolescencia. ¿Por qué, en ocasiones, nos resulta más sencillo mantener el contacto con nuestros viejos amigos que conservar los nuevos si tenemos mucho más en común con estos últimos?