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Dejar la empresa y cinco hijos para montar una ONG en África
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"HA SIDO LA MEJOR DECISIÓN DE MI VIDA"

Dejar la empresa y cinco hijos para montar una ONG en África

Tras doce años trabajando en una de las empresas más grandes de España Samantha Peñalver decidió reflexionar. “Sé lo que quiero hacer, y no es esto”.

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Dejar la empresa y cinco hijos para montar una ONG en África

Tras doce años trabajando en una de las empresas más grandes de España Samantha Peñalver decidió reflexionar. “Sé lo que quiero hacer, y no es esto”. Así que, con las mismas, abandonó su puesto de trabajo, los trajes de ejecutiva, el ordenador y el despacho y decidió irse allá donde siempre había sabido que estaba su sueño: en África.

Su experiencia en voluntariado corporativo en la Fundación Telefónica le había enseñado ya que en el ámbito de la cooperación internacional “se hacen cosas bien, pero se hacen muchas mal”. Samantha llevaba tiempo dándose cuenta de “la irrealidad con la que se enfoca” la solidaridad internacional que Occidente envía al Tercer Mundo y sentía que necesitaba encontrar una fórmula personal para cambiar esa forma de actuar.

“Me fui de Telefónica porque dejé de creer en ello, hacíamos cosas absurdas como instalar un aula tecnológica en un lugar al que no llegaba la electricidad”, recuerda. Y lo que ella quería era implicarse y usar su experiencia vital y laboral “para cambiar un poquito el mundo”.

Así que agarró el macuto y se plantó en Moshi, un pequeño pueblo de Tanzania, desoyendo las advertencias de sus amigos (“estás como una regadera”) y dejando en España a sus cinco hijos. Llegó con la intención de buscar cómo ayudar al margen de las grandes ONGs y allí reafirmó su idea de que parte del mundo de la cooperación es presa de la corrupción.

Samantha llevaba tiempo preguntándose por qué África seguía igual de mal después tantos años recibiendo ayudas del exterior y pudo comprobarlo sobre el terreno. “La corrupción es la respuesta a la pregunta que me hacía desde niña. No son todas las organizaciones ni todos los cooperantes, pero hay mucha corrupción”, lamenta.

En el primer proyecto al que sumó como voluntaria, por ejemplo, pudo comprobar cómo una ONG llevaba once años recibiendo donaciones para construir un colegio para niños huérfanos “que no existían”. En ese tiempo no habían sido capaces de terminar el edificio, pero el director de la misión se movía en un coche de lujo y vivía prácticamente en una mansión.

También pudo ver cómo muchas organizaciones recibían la ropa usada del primer mundo y “lo metían en un cuartito bajo llave, porque han llegado a la conclusión de que si vienen voluntarios o posibles patrocinadores y ven a los niños vestidos y limpios no van a dejar dinero”.

Tras conocer estos y muchos otros ejemplos de la corrupción en el mundo de la solidaridad (aunque insiste en dejar claro “que no todas las ONG ni todos los cooperantes son así”) decidió poner en marcha su propio proyecto, uno que respondiera al concepto que ella se había forjado de ayuda.

Una gota en un océano

“Yo creo en el poder de la gente, en que quien venga haga suyo el proyecto, en que a largo plazo se convierta en algo sostenible a nivel económico y humano”, explica.

Con esa idea creó Born To Learn, una organización cuyo objetivo es hacer de la educación algo realmente accesible en la comunidad de Moshi, aquel pequeño pueblo rural en el que aterrizó tras dejar su empresa.

Para ello pretenden construir un colegio y con él implementar en la zona un modelo educativo “basado en la creatividad, el apoyo emocional, la estimulación del pensamiento lateral, las artes, las manualidades, los deportes y los valores humanos”, tal y como reza su web.

Pero no es suficiente con conseguir que los niños vayan al colegio, sino que, como explica Samantha, para que una comunidad pueda despegar todos sus miembros deben implicarse en la educación. Por eso en BTL se desarrollan además otros proyectos que impulsan, por ejemplo, el empoderamiento de las mujeres, la creación de microempresas que generen beneficios a las familias o la implantación de hábitos de higiene y nutrición.  

La construcción del colegio y la consecución de tan admirables metas son todavía un proyecto en ciernes, pero con tan sólo un año de andadura BTL ya ha conseguido escolarizar a 27 niños (16 en preescolar, 6 en primaria y 3 en secundaria). Además, se han contratado dos profesores y se ha dispuesto la ayuda constante de cuatro voluntarios para aquellos niños que, debido a alguna discapacidad o dificultad económica y/o familiar, han alcanzado una edad en la que no son aceptados en la escuela. Más adelante estos niños, “llenos de sueños e ilusiones”, podrán recibir un curso de formación profesional y aprender un oficio.

La idea de Samantha es que en unos seis años el proyecto sea independiente, de forma que se le pueda “entregar” a la comunidad para que ellos mismos lo gestionen.

Y ¿cómo se financia todo esto? Obviamente no sale de los bolsillos de Samantha, que es una firme defensora de que la propia ONG tenga que cubrir sus gastos administrativos “para que las donaciones lleguen íntegras a los niños”. La fórmula que ella ha encontrado es la de abrir un hostal donde, por 15 euros al día, pueden alojarse los voluntarios (o los viajeros) que colaboran con BTL y de esa forma financiar la organización.

Así que, en cosa de un año, Samantha ha pasado de trabajar en una de las empresas más poderosas de España a montar una minúscula ONG en África, “una gota”, como ella dice, en medio de un océano. Y, lejos de arrepentirse de ello, asegura que ha sido “la mejor decisión” de su vida.

Tras doce años trabajando en una de las empresas más grandes de España Samantha Peñalver decidió reflexionar. “Sé lo que quiero hacer, y no es esto”. Así que, con las mismas, abandonó su puesto de trabajo, los trajes de ejecutiva, el ordenador y el despacho y decidió irse allá donde siempre había sabido que estaba su sueño: en África.