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"La sexología son tonterías; hay que hablar menos"
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DEBEMOS PROPORCIONAR OTROS MODELOS DE EDUCACIÓN SEXUAL A LAS NUEVAS GENERACIONES

"La sexología son tonterías; hay que hablar menos"

Un día la niña de 15 años llega a casa y entre gemidos da la noticia: “mamá, estoy embarazada”. Muchos gritos. Empiezan a pensarse las alternativas,

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"La sexología son tonterías; hay que hablar menos"

Un día la niña de 15 años llega a casa y entre gemidos da la noticia: “mamá, estoy embarazada”. Muchos gritos. Empiezan a pensarse las alternativas, los padres de la niña hablan entre ellos, deciden una u otra cosa y al final llevan a la niña al médico. El médico pide las pruebas de rutina para el sí o para el no. Cuando vuelven todo está muy bien menos una cruz: VIH positivo. De allí al psiquiatra: “su primera vez y por imitar a sus compañeras de clase, porque todas lo habían hecho ya” explica la madre.

“Lo de la sexología son sólo tonterías”, dicen unos. “Incomprensible e innecesaria, ya se habla bastante de sexo”, descalifican otros, “si se hablase menos habría menos desastres”. Pero lo que de verdad parece incomprensible es que cada año en España se producen unos 11000 embarazos no deseados en adolescentes, que la edad de las primeras relaciones coitales ha disminuido hasta los 15 años y que cada año se producen 500 nuevos casos de SIDA por transmisión heterosexual  de los que un 10% afectarían a menores de 20 años.

Los costes directos e indirectos de todo ello esquilman los presupuestos sanitarios cada año, producen intervenciones ginecológicas que dejan secuelas incapacitantes físicas y psicológicas, acarrean una posible infertilidad futura y  arruinan las ilusiones de muchos jóvenes.

Para evitarlo debatimos acalorados sobre la píldora contraceptiva y el aborto, los anticonceptivos orales, el preservativo y la abstinencia.  Y así se invierte en campañas publicitarias que paradójicamente consiguen los efectos opuestos a los pretendidos. Por “poner” un ejemplo, con el “póntelo, pónselo” se dieron más embarazos en adolescentes y más enfermedades de transmisión genital que los que se venían produciendo con anterioridad a la campaña.

Inmadurez y deseo de exploración

¿Pero quién podría cambiar el hecho de que somos seres sexuados que nos buscamos, encontramos y desencontramos, independientemente de restricciones autoimpuestas o externas, parentales o sociales? ¿Quién puede poner puertas al campo de Eros, cuando peligro, inmadurez y deseo de exploración concurren?

Cabe preguntarse entonces si podemos proveer de una educación sexual a las nuevas generaciones y cambiar un modelo de sexualidad universalmente extendido por medios de comunicación audiovisual, conversaciones privadas y  chistes de bar. Un modelo sexual, en el que dicho sea de paso, una inmensidad de parejas ya hechas y derechas chapotean con escasa suerte.

La respuesta de la educación sexológica es que sí es posible otra forma de comprensión del hecho sexual humano y que se dan las condiciones sociales e históricas que hacen preciso este cambio.  Y que es preciso además llevar ese modelo a las aulas.

El modelo sexual centrado en los genitales, el coito y el orgasmo impide que los niños y adolescentes crezcan aceptando de una forma gradual y más sutil su condición de seres sexuados. La comparación y la presión del grupo impide que se conforme armónicamente la personalidad sexual (su sexualidad), y que los deseos y su forma de materializarlos sea más global , madura y no obsesionada con esta o a aquella forma de compartir placer.

Al seguir asumiendo,  en consonancia o disonancia con los valores morales personales, que “sexo es el coito que se hace con los genitales para conseguir orgasmos,” fomentaremos que el acercamiento de las personas jóvenes siga un patrón posible y fantástico, pero que no es el único ni muchas veces el apropiado para el nivel de maduración de esas personas.

Javier Sánchez* es psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial

Un día la niña de 15 años llega a casa y entre gemidos da la noticia: “mamá, estoy embarazada”. Muchos gritos. Empiezan a pensarse las alternativas, los padres de la niña hablan entre ellos, deciden una u otra cosa y al final llevan a la niña al médico. El médico pide las pruebas de rutina para el sí o para el no. Cuando vuelven todo está muy bien menos una cruz: VIH positivo. De allí al psiquiatra: “su primera vez y por imitar a sus compañeras de clase, porque todas lo habían hecho ya” explica la madre.