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La última tendencia educativa: doparse para sacar mejores notas
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AUMENTA EL USO DE POTENCIADORES DEL RENDIMIENTO INTELECTUAL

La última tendencia educativa: doparse para sacar mejores notas

Las llaman drogas inteligentes y son muy frecuentes en las universidades americanas. Las sustancias químicas que potencian el rendimiento intelectual, que pueden adquirirse en cualquier farmacia, son

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La última tendencia educativa: doparse para sacar mejores notas

Las llaman drogas inteligentes y son muy frecuentes en las universidades americanas. Las sustancias químicas que potencian el rendimiento intelectual, que pueden adquirirse en cualquier farmacia, son enormemente populares entre unos estudiantes que buscan aumentar sus capacidades de cara a los exámenes. Y lo que introduce un elemento de novedad no es tanto la creciente sofisticación de los productos, notablemente evolucionados desde la vieja Centramina, cuanto que la consideración social que cosechan es cada vez más permisiva. Muchos docentes no ven con malos ojos estas sustancias, ya que consideran que en un instante laboral en el que se requieren personas creativas, que sepan analizar múltiples datos y extraer conclusiones brillantes, estos medicamentos pueden ser muy útiles para los futuros licenciados.

Fármacos como Ritalin consiguen aumentar 100 puntos en los test de evaluación académica (SAT) y otros como Donepezil pueden potenciar sustancialmente la capacidad memorística de las personas sanas; el Modafinilo actúa inhibiendo el sueño y permite prolongar las horas de vigilia; y un tercer grupo de medicamentos, los neuroprotectores, que suelen utilizarse para combatir el Alzheimer, han encontrado un uso alternativo como potenciadores del rendimiento. Y son sólo la punta de lanza: los laboratorios están investigando profusamente en un terreno al que están dedicando notables recursos (hay premios Nobel dedicados a este área) y del que esperan grandes beneficios.  

Según José Antonio Marina, filósofo y pedagogo, la mayoría de estos medicamentos no tienen resultados milagrosos, pero sí son efectivos, como el Ritalin y las anfetaminas, a la hora de fijar la capacidad de atención y de trabajo.  Sin embargo, "hay otro grupo de sustancias de las que desconocemos hasta dónde llegarán sus efectos, como aquellas destinadas  a generar nuevas neuronas y nuevos enlaces neuronales, y cuyo objetivo es ampliar (o mantener,  en el caso de los enfermos de Alzheimer) nuestra memoria". De ellas se esperan grandes resultados, por lo que se han convertido en el campo estrella de la investigación: "si se consigue algún potenciador intelectual que no tenga efectos negativos, estaremos ante un negocio de primera magnitud".

"Dejad de tomar potingues"

Sea cual sea su utilidad, hay numerosos especialistas que se han manifestado en contra de los potenciadores del rendimiento, ya que, como señala el psicólogo educativo Jesús Ramírez, son contraproducentes en todos los sentidos. “Estos medicamentos deberían tomarse sólo en caso de enfermedad y si el médico los receta. Hay otras formas de potenciar la capacidad cerebral que son mucho más sanas. Pueden mejorar su alimentación con Omega 3 o aprender relajación, lo que favorece muchísimo la actividad intelectual. En todo caso, deberían dejar de tomar este tipo de potingues”.  

Sin embargo, la perspectiva de los psicólogos no es la mayoritaria. Por una parte, los alumnos, en especial los del ámbito universitario anglosajón, las consumen masivamente, lo que “está planteando el mismo problema que con el dopaje atlético, que todo el mundo va a verse obligado a tomarlas para poder competir en igualdad de condiciones”. En otro sentido, hay muchos docentes que no quieren suprimir su uso porque entienden que con ello estarían limitando el desarrollo de las capacidades de las personas.  

Para Marina, el problema de fondo, no obstante, no es el de la salud, ya que entrar en ese debate supone equivocar la perspectiva. “Éticamente ese tema no es relevante: pocas cosas hay peores para la salud que la obesidad y no por eso la incluimos en el Código Penal. Del mismo modo que no prohibimos a nadie que coma mantequilla porque daña el hígado tampoco le podemos negar que tome este tipo de medicamentos. Es su salud y allá él”. Otra cuestión es cuando estas drogas afectan a la personalidad y a la convivencia, porque eso sí genera un problema público y generalizado. “No tienen nada que ver las anfetaminas, que sólo afectan a la salud de quien las toma, con la heroína, que altera la capacidad y la  responsabilidad de quien se la chuta o con el mismo consumo de alcohol, que es causa de muerte de muchas personas”.  

En todo caso, estamos ante un tema que debemos discutir a fondo, toda vez que, si se consigue algún medicamento que realmente dé resultado y no genere efectos secundarios, su consumo acabará generalizándose. Según Marina, todo apunta a que estas sustancias van a formar parte del entorno formativo de los próximos años.

Las llaman drogas inteligentes y son muy frecuentes en las universidades americanas. Las sustancias químicas que potencian el rendimiento intelectual, que pueden adquirirse en cualquier farmacia, son enormemente populares entre unos estudiantes que buscan aumentar sus capacidades de cara a los exámenes. Y lo que introduce un elemento de novedad no es tanto la creciente sofisticación de los productos, notablemente evolucionados desde la vieja Centramina, cuanto que la consideración social que cosechan es cada vez más permisiva. Muchos docentes no ven con malos ojos estas sustancias, ya que consideran que en un instante laboral en el que se requieren personas creativas, que sepan analizar múltiples datos y extraer conclusiones brillantes, estos medicamentos pueden ser muy útiles para los futuros licenciados.