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Los inmigrantes y un 1984 contemporáneo
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Los inmigrantes y un 1984 contemporáneo

El nexo que liga 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, La máquina del tiempo, de H.G. Wells y Fahrenheit 451, de

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Los inmigrantes y un 1984 contemporáneo

El nexo que liga 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, La máquina del tiempo, de H.G. Wells y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury es doble. De una parte, tales obras se inscriben dentro del género distópico, es decir, de esas fábulas que nos hablan de una sociedad futura en la que se proyectan las tendencias actuales más negativas, trazando un retrato de lo que nos espera si no damos solución a nuestros males. En segundo lugar, en todas ellas está presente de manera especial el tema de la población, como muestra el profesor de Geografía en la UAB y subdirector del Centre d’Estudis Demogràfics, Andreu Domingo en Descenso literario a los infiernos demográficos, obra finalista del premio Anagrama de ensayo 2008. El texto, “que nace de esa relación entre demografía y gobernabilidad tan evidente en nuestros tiempos”, subraya el habitual paralelismo entre los hechos de una época, las ideas que en ella operan, las acciones políticas que generan y lo que su literatura recoge.

El interés por la demografía se popularizó tras la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo de la descolonización, cuando el aumento del número de habitantes en el tercer mundo causó especial alarma, ya que se pensaba que no habría suficientes recursos en la Tierra para abastecer las demandas de una población que crecía a un ritmo excesivo. “En esos mismos instantes también se vive un boom demográfico en Europa y en EEUU, pero ese no se ve con preocupación, más al contrario”, asegura Domingo. Y es que el problema real era otro: “Lo que se entiende como peligroso es que exista una elevada natalidad en los países subdesarrollados, ya que eso producía las condiciones necesarias para que arraigasen las ideologías revolucionarias”. Demasiados hombres y pocos recursos, la ecuación perfecta, según los gobernantes de la época para que el comunismo se desarrollase. Por eso, muchos expertos apostaron por combatir el peligro “invirtiendo en el desarrollo de esos países, ya que se creía que si aumentaba el nivel de vida bajaría la fecundidad. Pero a partir de la revolución china (1949), el discurso torna en su opuesto, entendiéndose que lo más eficaz y sensato es planificar intervenciones que controlen el crecimiento de la población y que eso hará que mejore el nivel de desarrollo. Así se explican las políticas de intervención en fecundidad de EEUU y Naciones Unidas en el Tercer Mundo”.

Lo que Andreu Domingo constata es que esos mismos discursos son retomados y popularizados en las narrativas de la época. “Esas distopías aparecen en mucha pulp fiction de este tiempo, en la literatura barata destinada a públicos populares. En esas narraciones se nos suele hablar de situaciones catastróficas futuras y de qué hubiera debido hacerse para no llegar a esa situación; pero también del papel que debería jugar EE.UU en ese panorama y de cómo debería gobernar el mundo. Así, en muchas novelas los protagonistas reales son el miedo a la masa, a las revueltas sociales (que siempre se vinculan con la escasez) y a las hambrunas, coincidiendo asimismo en que el problema no es la distribución de la riqueza sino el crecimiento de la población. También suelen hablar contra el Papa y la Iglesia Católica, por su posición anticontrol de la natalidad…”

Pero este género distópico sufre una evolución, paralela a las transformaciones de los discursos institucionales. “Durante los 60-70 el debate estuvo marcado por la oposición entre maltusianos y desarrollistas. Pero cuando llega Reagan, la política americana cambia, pasando de ser el país campeón del intervencionismo a aplicar la política del “no vamos a controlar nada”. Pero eso lo dicen cuando África se está hundiendo bajo la epidemia del Sida, con lo que una política de no intervención significa abandonarles a su suerte. Claro que, si lo miras desde su perspectiva, esas epidemias ayudarán a que no haya tanta presión demográfica en el mundo…”

Frente a esta situación, el género distópico cobra nuevas expresiones, que pasan por obras que ejercen “de contestación a la política neoliberal de Thatcher y Reagan”. También se deja ver en la literatura una mayor preocupación por el cambio de papeles de género y por los roles de la mujer en este nuevo mundo. Además, se habla ya en algunas novelas de los desequilibrios por sexo en las poblaciones haciendo mención de la divergencia norte-sur e incluso hay autores que creen que ese proyecto de igualación que transforma el género también cambiará radicalmente el amor. Así, hasta llegar a las distopías del siglo XXI, como Globalia, de Jean-Christophe Ruffin”.

En todo caso, el género refleja, en esa pluralidad de tendencias, muchos de los miedos actuales, que se corresponden con nuevos problemas. Aunque la mayoría de ellos sigan bebiendo de fuentes añejas. Así, los temores del pasado a que la sobrepoblación construyera sociedades inestables en las que arraigarían las teorías revolucionarias han sido sustituidos por el miedo a sociedades inestables en las que habrían arraigado las organizaciones terroristas. En ese esquema se basa “el Choque de civilizaciones de Huntington, para quien la natalidad elevada es la causa de que en algunas zonas del planeta predominen poblaciones jóvenes (y, por tanto, y desde su perspectiva, más dadas a la violencia), lo que explicaría el crecimiento del fenómeno terrorista”.

Pero esa traslación de esquemas de otros tiempos a nuestra época no es patrimonio exclusivo de las teorías de Huntington. Si antes se afirmaba que el crecimiento de la población nos llevaría a la escasez de recursos, hoy se asegura que si los países emergentes siguen accediendo a mayores cotas de bienestar no tendremos energía para todos. O que si su mejora económica les lleva a una demanda creciente de productos alimenticios, tendremos un incremento generalizado de precios y, probablemente, a que los alimentos escaseen. Claro que, según Andreu Domingo, “esa insistencia en volver sobre antiguos modelos deja fuera el tema de discusión esencial, que es quién controla el mercado y quién hace que suban los precios. Porque ahora la fecundidad está bajando…”.

Otro problema que se manifestará de forma creciente en los próximos años es el ligado al mercado matrimonial, “que antes estaba constituido para que hubiera exceso de mujeres mientras que ahora hay un exceso de varones. Y eso se va a traducir de manera distinta en el norte y en el sur. Mientras que en los países desarrollados se dará una situación idónea para que las mujeres negocien su propio estatus, la escasez producirá en el sur enfrentamientos de tipo machista para obtener una mujer e irá en detrimento de los hombres más pobres, que no podrán encontrar pareja”.

Aunque, desde luego, el asunto que con más frecuencia se trata en los medios de comunicación y el que resulta políticamente más visible es el ligado a las migraciones internacionales, que se ven en habitualmente con temor en las sociedades de recepción. Así, que existan novelas como El campamento de los santos, de Jean Raspail, o que se hable de Eurabia (es decir, de la conquista de Europa por los musulmanes) son buena prueba de que, en una parte de la población europea, los miedos a un futuro tiránico gobernado por los musulmanes, una suerte de 1984 hoy, funcionan como expresión última de los cambios que están operando en sociedades mucho menos cerradas que en el pasado reciente.

Pero esa intranquilidad respecto de los inmigrantes no la tienen quienes gobiernan, que los ven como la solución a muchos problemas. Y “esa contradicción entre lo que pasa y lo que la política oficial quiere reconocer define la situación presente. Hay que tener en cuenta que no hay manera de subir la tasa de fecundidad de los países desarrollados en la medida adecuada para que no sean necesarios los inmigrantes. Y los políticos son conscientes de ello: las sociedades sin inmigrantes no son económicamente viables. Sin embargo, algunos de ellos siguen jugando con los discursos anti inmigración. Incluso cuando saben que las acciones que prometen, como expulsar a todos los inmigrantes irregulares, no son materialmente factibles”.

El nexo que liga 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, La máquina del tiempo, de H.G. Wells y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury es doble. De una parte, tales obras se inscriben dentro del género distópico, es decir, de esas fábulas que nos hablan de una sociedad futura en la que se proyectan las tendencias actuales más negativas, trazando un retrato de lo que nos espera si no damos solución a nuestros males. En segundo lugar, en todas ellas está presente de manera especial el tema de la población, como muestra el profesor de Geografía en la UAB y subdirector del Centre d’Estudis Demogràfics, Andreu Domingo en Descenso literario a los infiernos demográficos, obra finalista del premio Anagrama de ensayo 2008. El texto, “que nace de esa relación entre demografía y gobernabilidad tan evidente en nuestros tiempos”, subraya el habitual paralelismo entre los hechos de una época, las ideas que en ella operan, las acciones políticas que generan y lo que su literatura recoge.